lunes, 30 de diciembre de 2013

«no tengo miedo, nunca más.»

Ya empieza a amanecer. Los rayos de color ámbar y coral empiezan a fundirse con la oscuridad de la antigua noche, alumbrando el cielo. Delante de mi, en la mesa auxiliar, está mi cuaderno de dibujo lleno de paisajes y de rostros. De tu rostro, mi último recuerdo: tu tendido sobre la cama con un brazo doblado tras la cabeza, el torso desnudo y el rostro girado hacia la ventana. A la vista de cualquiera habrías parecido un ángel, quizás, pero los dos sabemos que no lo eres y que nunca tendrás alas. 
Probablemente ya habrás despertado y habrás encontrado el vacío en el otro lado de la cama. Probablemente habrás empezado a gritar y a romper todo lo que haya a tu paso. Pero no me importa, ya estoy muy lejos y no sabes hacia donde voy ni hacia donde he ido. Ya no te tengo miedo, nunca más. Hace semanas que dejé de llorar por las noches. No más lágrimas, ninguna más por ti. Al final no era tan débil como pensabas, ¿eh? Todas esas veces que me gritaste que era inservible, un trasto que se arrastra lloriqueando,se han quedado en el olvido. Ahora el trasto inservible eres tu, siempre lo has sido. A pesar de que te sientas importante y demuestres tu superioridad a base de puñetazos y moretones, no eres nada. Recuerdo el tiempo en que te amé, en que pensé que me amabas, en que pensé que todo iba a ser perfecto que había encontrado por fin el lugar donde debía estar: junto a ti. Todo empezó siendo tan perfecto: me dormía por las noches en tus brazos y tu me acariciabas el pelo hasta que era tragada por el sueño, cuando volvías del trabajo a pesar del cansancio me besabas y me sonreías. Amarte fue el peor error de mi vida. Cuando pensé que nada podía ser más perfecto vino la primera bofetada. Apenas dolió, apenas dejó marca, lo doloroso fue tu rostro, tus rasgos, tus palabras, esa voz en mi cabeza que me repetía que esto solo sería el principio. Y así fue. Cuando llegabas del trabajo ya no me sonreías y me besabas, te tirabas en el sillón y me gritabas violentamente  que te preparase la comida. Por cosas que ni siquiera había hecho me pegabas y me insultabas hasta que caías rendido en el suelo y empezabas a beber. 
Pero todo eso se acabó. Toda esas tardes en las que lloraba asustada de que volvieras se han ido. El miedo y el dolor también. Por eso te escribo esta carta que nunca enviaré. 
No soy débil, soy fuerte y ya no viviré más con miedo. Ahora te has quedado solo,  sin nadie a quien le importes, como yo lo estuve tantos años. 
En cuanto el tren pare, quemaré esta carta y mis dibujos. Veré tu rostro arder, y no sentiré pena alguna.  
Mi peor error fue amarte, pero ya no volveré a caer en la misma piedra dos veces. 

domingo, 10 de noviembre de 2013

«El bosque» (2)

El bosque parecía haber cambiado: las ramas ya no arañaban, parecía que nos dejaban pasar; los árboles ya no parecían tan viejos; el lago era más azul y el cielo se reflejaba en las piedras. Pero no había cambiado en absoluto. Habíamos cambiado nosotros. Ya no nos sentábamos en aquel viejo tronco solitario, nos tumbábamos sobre las ramas y observábamos el cielo, como si pudiésemos ver a través de el el universo. Y en el silencio del bosque, sólo se escuchaba nuestros corazones latiendo como sí fuesen solo uno, y el susurro de los árboles. 
Parecía tan lejana aquella noche en la que bajo la Luna me di cuenta de que le amaba y que por una remota razón el me amaba del mismo modo, o incluso más. Parecía como sí hubiesen pasado meses, incluso años de aquello. No sabia cuando empece a amarle, ni cuando el empezó a amarme a mi. Tal vez fue hace tiempo, o hace poco, o simplemente ya lo estaba solo que no lo sabía. Pero ahora lo sabia tan ciertamente que no me importaría gritarlo en medio de la montaña y del universo. 
Esto podría sonar lo típico entre un amor típico adolescente, pero nosotros no éramos así. No seguíamos la misma corriente que los demás, no huíamos de ella, luchábamos. Y éramos invencibles. En nuestro castillo de nombre bosque, protegidos por una muralla impenetrable de frondosos árboles éramos uno contra el mundo. Nadie podía dañarnos, ni siquiera nosotros mismos. 
-Ojalá pudiésemos salir de aquí.-susurré. 
Había pensado eso desde que más o meno desde que era una chica con memoria. Ese era mi sueño. Salir de aquel pueblo y explorar cada rincón del mundo. Cada lugar increíble visto por pocos. 
Aunque todo eso parecía tan lejano en aquel lugar arropaba por los brazos del chico del bosque. 
Jake giro la cabeza, su mirada sobre mi. Notaba su suave respiración en mi oreja, como el soplido del viento, y sus brazos me abrazaron más fuerte. 
Por un momento no dijo nada, hasta que de repente se levanto,levantando me   con él y me sujeto la cabeza con sus manos. 
-Te prometo, preciosa Liss, que te llevare lejos, muy lejos de aquí. Y andaremos el mundo entero, tu y yo. -sus ojos brillaban como las estrellas brillantes en el cielo y pensé que estaba apunto de llorar, pero ninguna lagrima acudió- No importa lo que tenga que hacer para conseguirlo, conocerás el mundo y el te conocerá a ti, preciosa Liss.
Y al observar de nuevo sus ojos,  sus ojos bosque, tan brillantes como las hojas en primavera, supe que decía la verdad. «Y tu conocerás el mundo y el mundo conocerá al chico del bosque» 

Ya eran las cinco cuando baje las escaleras. Me precipitaba hacia la puerta cuando de repente la voz de mi madre resonó proveniente del salón, llamándome. 
-Liss, ven aquí. 
Me alejé lentamente, apenas había rozado  el pomo, y olvide la idea de correr al bosque. 
Mi madre yacía sentada en el sofá, leyendo una revista de esas del corazón que tanto leía pero poco le importaba. 
-Te necesitamos en casa hoy, tenemos que ordenar unas cosas del sótano y nos tienes que ayudar. Me temo que no podrás ir con Jake hoy. -dijo simplemente. 
El bosque aparecio en mi mente, acompañado de una imagen de un Jake solo esperando en la orilla. 
-Mama, pero...
-Lissa -me interrumpió-, por favor. Te necesitamos. -la mirada suplicante de mi madre hizo olvidarme de lo que mi corazón decía. 
Y, a pesar de que sentía algo extraño, asentí. 

Mi hermana mayor estaba en la cocina, moviendo enérgicamente los dedos sobre la pantalla de su móvil. 
-Clare, ¿podrías avisar a Jake de que no voy a poder ir? 
Dejó de escribir y me miró. 
-¿No puedes decírselo tu?-soltó- ¿Ahora soy la paloma mensajera de los tortolitos? 
-Clare, por favor, el bosque esta al lado, no quiero que se quede sólo. 
Me miró una última vez y volvió la vista al móvil. Respondió al rato: 
-Vale.

El día siguiente amaneció encapotado y gris, y una tristeza me abordó. Pero iba a ver a Jake. Las escaleras me parecieron eternas hasta que por fin llegue al salón, en vez de seguir corriendo me quedé parada: mis padres estaban acurrucados en el sofá; mi madre con la cabeza enterrada en el hombro de mi padre, mi padre mirando al techo y mi hermana con el rostro tapado. En cuanto baje el último peldaño volvieron la vista hacia a mi, sus rostros se descompusieron. Adiviné la primera palabra antes de que mi madre la dijera.
-Cariño, no sabes lo mucho que lo sentimos. 
Después de esa pausa, mi mundo cayó. Los gritos de mis padres parecían voces distorsionadas a mis espaldas pero mi único pensamiento era correr. Y así hice. Corrí por el bosque, cayendo por las ramas y levantado me para volver a caer. Las lágrimas me borraban la vista y me recordaban el porqué de ellas pero no lo creía. No podía creerlo. 
Llegué al lago. Un grito salió de mi garganta, me rompí por dentro. No había nadie. «El bosque apareció en mi mente, acompañado de una imagen de un Jake esperando solo en la orilla.»
No había ningún Jake. 
«Fue al bosque a por ti, Lissa.» «No saben lo que le pasó» «No llegó a casa» «Se estaba bañando en el lago» «Su cuerpo muerto flotando en el agua» 
Mi cuerpo se convirtió en cristal, y se resquebrajó con cada recuerdo; hasta que ya no quedo nada de mi. No me moví, ni un solo centímetro, tampoco podría decir si llegue a respirar, simplemente notaba cada milímetro de mi cuerpo muerto. Mis manos estaban agarrotadas en mi regazo. Un pensamiento me llenó. Jake aparecería por detrás y me abrazaría y toda la pesadilla acabaría. Ni siquiera el viento rozó mis manos. 
Mi cuerpo se movió automáticamente: me levanté sin notar nada y me acerque al lago, sumegiendome más y más en el. Miré una última vez el cielo, estaba gris. Una gran nube oscura peligraba sobre mi cabeza. Como sí fuese a llorar en cualquier momento. No aguanté más. 
-No lo hagas. 
Una navaja, punzante y fría, me atravesó la espalda. Su voz. Por un momento pensé que estaba muerta pero no pude aguantar lo y me di la vuelta. Y allí estaba: en la orilla, con los vaqueros remangados hasta las rodillas, su pelo sin despeina y sus ojos mirando asustados hacia mi. Sabía que no se había ido. 
Sus brazos me rodearon, calientes y enterré mi cara en su cuello. El me acarició la espalda. 
-No pienses en hacer eso, nunca. ¿Me oyes? 
Sus palabras me acariciaron el pelo y no pude reprimir las lágrimas. Todo parecía tan irreal, pero estaba allí, realmente estaba allí, no se había ido. «Su cuerpo muerto flotando sobre el agua» 


No quería volver a casa, pero lo hice. No había nadie, así que me escondí bajo las mantas el cielo volvia a estar gris, pero yo era feliz. Los dias anteriores habian pasado tan deprisa, que podria decir que habia pasado un mes, tal vez más, desde aquello. Apreté  los ojos deseando que el dia pasara a cámara rápida para que sea otro día y vuelva a ver al chico del bosque. Pero la puerta de abrió, mis ojos se abrieron. 
La figura de mi padre de dibujó en la pared. 
-Lissa, cariño. Tenemos que hablar.-se acercó poco a poco hasta sentarse en mi cama, me tapé la cara con las mantas- ¿Cuando fue la última vez que comiste? 
La comida era tan secundaria que la había olvidado por completo.  
-Cariño estamos preocupados. No comes, apenas pasas un segundo en casa,estás siempre en el bosque... 
Mi bosque.
-Sabemos que la pérdida es dura pero tienes que... 
-¿Qué perdida?-mi voz sonaba lejana, estaba llorando. 
Mi padre me miro, llorando también. 
-Jake...
No. Volví a gritar y a correr. Volví a escuchar los gritos lejanos de mis padres pero nuevamente solo podía pensar en correr. Volví al lago. Estaba oscuro, las estrellas se reflejaban en el como diamantes. No estaba.Él no estaba. Empecé a dar vueltas por el bosque, rodeando árboles, susurrando su nombre. Sólo el viento contestó. Las ramas me empujaban hacia el suelo y las seguí.  Si nombre me rodeaba, las hojas me rodeaban, haciéndome recordar. «Conocerás al mundo y el te conocerá a ti» 
El bosque era el final del pueblo. Llegar a su final, significaría la salida. Corrí. Salte cada piedra, cada rama, atravesé charcos y acabé llena de barro y hojas, no importó. Llegué a la ladera. Al final de ella se veía la carretera. Una imagen repentina me sobrepasó, la imagen de un Jake y una Lissa más mayores bromeando juntos en un coche, Jake cantando canciones desentonadas y Lissa riendo sacando la cabeza por la ventana, conduciendo hacia el mundo. 
-Un día de estos serás así de feliz, con otra persona. 
Allí volvía a estar. Detrás de mi, con la mirada más triste que una persona haya podido ver jamás, mirándome. 
-No quiero a otra persona. 
La luna iluminó su rostro, sus ojos relucieron, las lágrimas rodaban por su cuello, su pelo parecía más dorado. 
-Lo sabias desde el principio-dijo. 
Lo había perdido. 
-No puedo creer que te hayas ido.
-No me he ido-respondió seguro-. Nunca me iré. Seguiré aquí, contigo, aunque no me veas. Y siempre estaré ahí. Aunque no me veas me llevas contigo. Lo que me pasó fue un accidente que pasa muchas veces a muchas personas, haría cualquier cosa para retroceder en el tiempo y parar eso, porque eso impide que este contigo. Pero no puedo. Y no puedes. Pero podemos seguir juntos. 
-Pero no de esta manera.
-Liss, ya no pertenecemos a mundos iguales. Tu perteneces a este mundo, yo no, ya no. Pero eso no me importa. Tu eres mi mundo, Liss. Aunque ya no respire lo sigues siendo y lo serás. Viste en mi algo que nadie veía e hiciste que cada segundo contigo fuese el mejor de mi vida. Por eso esa noche, cuando vi tu rostro, sonriendo, supe que nunca amaría a nadie como te amé a ti. Me hiciste feliz, irrevocablemente feliz, durante mi corta vida. Pero ahora, te toca a ti ser feliz. Vas a vivir, y lo vas a hacer a lo grande. Saldrás de aquí y viajarás, y yo te veré hacerlo.  Vas a tener la vida más increíble de todas: vas a amar, una y otra vez, e equivocarte tantas veces hasta que encuentres a una persona sin error y entonces, Liss, todo será perfecto, créeme; reirás hasta que las lágrimas llamen y lloraras hasta que la risa venga. Recorrerás los lugares más increíbles y verás amaneceres y atardeceres en cielos de todo el mundo. Y cuando ya mueras, de anciana, después de vivir todo eso, nos volveremos a ver. Y entonces, allí, viviremos la vida que no pudimos tener juntos. 

Así hice. No volví a verlo. Lo acepte. Acepte que el chico del bosque había muerto, y que una parte de mi había muerto con el. Pero volví a casa. Mi hermana me esperaba y me abrazo. Dijo que fue su culpa y la perdoné, aunque no estaba enfadada. Y me fui, me fui de allí, y cuando iba en el tren sentí algo raro, me sentí observada, y miré a mi lado: un chico de ojos azules me miraba. Y a su lado, en el asiento vacío, no pude evitar pararme a mirar. Porque sabía que estaba allí, sonriendo. 
Una vez dije que parecía un ángel, pues lo era. 
Fue el chico del bosque, y acabo siendo el chico del cielo. 




Y aquí acaba esta historia que vino de un sueño que tuve. Espero que te haya gustado y que me perdones por hacer lo que hice, pero en mi sueño era así. El chico del bosque siempre vivirá. 


 

«El bosque» (1)

Como cada tarde, a las cinco, salía de mi casa y me adentraba en el bosque. Para muchos podría ser un lugar insólito y silencioso, lleno de ramas impertinentes y plantas que te arañan al pasar. Pero para mi era más que eso; y para Jake. 
No recuerdo el día en que nos conocimos, tal vez fuese un simple día de lluvia o incluso el día en que nacimos, la cosa es que somos amigos desde que lo recordamos. No necesitamos ninguna fecha para saberlo. 
Tras seguir el camino que bien sabía de memoria llegue al lago. La mayoría dicen que la ciudad es mejor que el bosque; completamente están locos. Aquel lago parecía no tener fin, una inmensidad azul, un espejo en el que se reflejaba el cielo, rodeado de árboles que lo protegían de los peligros del exterior. Eso decía Jake. 
Me senté en el tronco que yacía tirado a la orilla y espere hasta que el tronco crujió y unas largas piernas aparecieron a mi lado. 
-Hey, Liss. 
-Hey, Jake. 
La mayoría del pueblo decía que Jake era guapo. Pero era más que eso. Lo más curioso era su pelo: parecía que nunca se peinaba y que simplemente se levantaba de la cama y se iba sin coger el peine, y esto hacia que hubiera un revoltijo de mechones dorados. Pero si pasabas la mano por su pelo, no tenía enredos. 'Los ojos son el espejo del alma'. Pues bien, su alma es un bosque. Si miras sus ojos, pensarás que son verdes, pero no lo son. Son color bosque. El color de las hojas en verano y su caída en otoño, de los fuertes y magullados troncos de los árboles, de los senderos recorridos. Color bosque. Parecía ser bastante delgado y al ser alto era un cuerpo de ramas. Pero otra vez, se equivocan. Yo misma lo he visto muchas veces, su interior debajo de aquellas camisetas oscuras, en aquellos días de verano. Y era precioso. No era un cuerpo de ramas, era un cuerpo de piel y músculos, no era tan delgado como todos decían, y tampoco débil. Era capaz de levantarme y dar vueltas conmigo a cuestas sin resoplar. Simplemente, era Jake, mi mejor amigo.
-Y vuelve la Liss reflexiva.-sonrió. 
-No estaba reflexionando, Jake.-respondí. 
Jake se giró apoyando la pierna en el tronco de modo que estaba de cara hacia a mi. 
-Mentirosa -en sus ojos había un brillo extraño, sonrió de lado-. Se cuando reflexionas, Liss. Te he visto muchas veces haciéndolo.-se levanto de un salto y se puso delante de mi, mirándome desde arriba.- Te gusta pensar, y reflexionar sobre porque el lago es azul, y todas esas cosas, Liss. 
No pude parar de reír. Siempre se ponía así cuando intentaba negar algo sobre mi misma. Una vez estuvo como dos horas de eso modo porque dije que no era hermosa. 
Así que me lo quede mirando de nuevo, sin decir nada. Memorizando cada centímetro de el. Y la risa vino. Me abalance contra el y lo tumbé a pocos centímetros del agua. Los dos gritamos y caímos como las hojas, acabamos hechos un enredo en el suelo. Y la tarde paso, como cada día. Otro día perdido. Otro día con Jake. 
Cuando la noche cayo, corrimos por el bosque ahuyentando a las ramas y cayendo con ellas. Estábamos perdidos. No nos importaba el que los estuviésemos desviando del camino, ya estábamos fuera de el. Y seguimos corriendo. Hasta que nos doblamos por la mitad para recuperar oxígeno, nos miramos y reímos. Reímos sin parar, a pesar de la noche.
 Y entonces el se me quedo mirando, mirando como nunca lo había hecho. Se levanto y avanzo lentamente hacia mí. Tenerlo tan cerca me abrumo, la Luna le iluminaba el rostro y me recordó a un ángel, un ángel caído. 
Mientras yo pensaba, el se agacho de repente y me beso. Sus manos descansaban en mis mejillas, mis ojos se cerraron como si llevasen tiempo queriendo ser cerrados. El tiempo paso, y el se apartó. No lo bastante cerca para que sus labios rocen los míos, pero si para que sus ojos estuviesen a centímetros de los míos. Por primera vez, en aquellos ojos bosque había miedo. Y supe porque era. No lo dude.
 Hice lo mismo que el había hecho, cogí su cara entre mis manos y me acerque. Esta vez no hubo miedo, no hubo sorpresa, sólo éramos Jake y Liss, el chico bosque y la chica de los libros. Y el bosque, que nos observaba. 



Esta historia, va a ser una pequeña historia, en dos entradas. Una historia corta que por la noche se me ocurrió y quería escribir. Dentro de poco escribiré el final, hasta entonces tendrás al chico del bosque. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

ELLA.

La vida tenía sentido todas las mañanas al despertar abrazada por él. Cuando duerme es como si volviese a ser un niño pequeño soñando con coches de juguete. Su rostro era tan hermoso que a veces he llegado a preguntarme si estaré en un sueño del que despertaré de un momento para otro. Pero yo despertaba, y él seguía ahí. Nunca le he contado todos mis demonios, todo aquello que me persigue, por miedo a que me juzgue. Siempre me han juzgado de una forma que nunca he entendido. Sin realmente saber mi historia, han creado la suya propia, cambiando la mía. Por eso a veces me siento tan sola. Como si todos los insultos y todas las mentiras me rodearan y me apartaran del mundo. Aun así he aprendido de una forma sorprendente a sonreír ignorando todo lo que tengo detrás.
Pero aún así me siento tan sola.
No me gusta salir por la noche. Es como si la noche me devorara y me hiciera añicos, me siento desprotegida e insegura. Pero parece ser que él no se siente así. Todas las noches sale. Lo peor de todo no es cuando se va, sino cuando vuelve. El olor a alcohol se huele desde que entra en el jardín, y llega con ropa de menos.  La mayoría de las veces me grita que está harto de vivir así y de que tengo un problema, además de que acabaría sola si no salía de allí. En esos momentos sólo quiero disolverme con el aire.
He dejado de comer por la misma razón por lo que dejé de comer tiempo atrás: tengo una fuerte presión en el pecho que no me deja respirar. Cada vez le veo menos sentido el hecho de tener que alimentar a un cuerpo que está tan vacío, y es que de hecho me siento vacía. Muy vacía.
Hice lo que no debía haber hecho, comprar las cuchillas. Ya estaba familiarizada con ellas, pero aun así, cuando cogí la primera y acaricié su lado cortante me eché a llorar. Pero ni siquiera mis lágrimas pudieron limpiar la sangre de mis muñecas. El dolor me recordaba todo aquello que fui y que siempre seré, y eso me mataba al mismo tiempo. Temo que él vea mis cicatrices por eso me visto con ropa larga, a pesar de que acaba sudorosa por el calor; pero él nota mi cambio. Me intentó subir las mangas de la camiseta y a pesar de que yo estaba llorando lo consiguió. Y lo que yo siempre más he temido, sucedió: se marchó. Se fue corriendo hacia la puerta y cerró de un portazo, dejándome sola con mis cicatrices y mis sollozos. Te vas cuenta de lo sola que estás cuando lo pierdes todo. Ya no me quedaba nada. Solo unas cajas llenas de cuchillas que me llamaban a gritos. Cuando cogí la caja me vino una imagen a la mente, la de él cuando me sonreía inconscientemente, como si fuese un acto reflejo, como si de verdad me amase. No pude evitar imaginarme donde estaría ahora, probablemente acariciando el brazo de una mujer bastante más hermosa que yo mientras se toma una cerveza. No puedo seguir más.
Y tumbada en el suelo, rodeada de mi propia sangre y mis propias lágrimas, supe que mis demonios se habían ido y que yo ya estaba salvada. Me había salvado.

sábado, 31 de agosto de 2013

ÉL.

El momento más increíble del mundo, era cuando sus finos labios color rosa se curvaban formando la sonrisa más perfecta que haya podido existir. Todo lo demás se congelaba en una diapositiva y el mundo se consumía a ella. ¿Cómo algo tan insignificante como eso que sólo duraba unos instantes podía cambiarme para siempre?
A ella nunca le ha gustado la noche, nunca le ha gustado el hecho de estar en la oscuridad lejos de las seguras paredes de su habitación. Por eso siempre tenía que salir sólo. Alejarme de su luz para abrazar la oscuridad unos minutos.¿No es eso lo que a veces queremos hacer? ¿Lo que necesitamos?
Por un tiempo salía cada noche, dejándola sola, sin escuchar sus gritos. Me volví ciego. No veía como se le notaban los huesos en su rostro, como sus ojos estaban en un continuo rojo, como su cuerpo cambiaba y se llenaba de marcas. Por un tiempo pensé que todo era perfecto, podía hacer todo lo que quería y volver a casa a besarla antes de dormir. Pero sus besos ya no eran los mismos, sus labios no eran los mismos. Aquel color rosado que parecía pintado por las rosas parecía estar despintado. Un alma despintada por el dolor.
Cada vez salía más, ignorando el hecho de que había una caja de cuchillas sobre el lavadero, ignorando el hecho de los sollozos nocturnos que retumbaban en la casa. Hasta que por fin me paré a mirarla. Ella reparó en mi y me sonrió. Aunque su sonrisa no llegó a los ojos. No era aquella sonrisa tan perfecta que me llevaba volando por un cielo sin nubes. Su sonrisa estaba muerta. A pesar de que estábamos en verano, ella llevaba camisetas largas que le cubrían hasta la punta de los dedos. Intenté convencerla de que se pusiese algo más corto pero sólo conseguí que comenzara a llorar. No quería enseñarme los brazos. A pesar de sus continuos sollozos las mangas subieron y dejaron al descubierto su pálida piel y descubrí su obra de arte: miles de lineas de color rojizo repartidas por todo el brazo, cubriendo cada centímetro de piel.
¿Qué puedes hacer cuando algo tan amado se esta rompiendo en pedazos delante de ti, y tu no reparas en él? ¿Seguir respirando? Hice lo que hacía siempre, huir de ella. Mi mente estaba bloqueada por una continua voz que me decía que era un completo gilipollas y que merecía estar muerto, pero aun así no me iba. Realmente merecía estar muerto. Cuando volví a casa, tambaleándome con una visión doble, un silencio sepulcral rodeaba la casa. Las habitaciones parecían tan vacías, carentes de vida, que me pregunté si me había equivocado de lugar. Pero no lo había hecho. La voz me repetía una y otra vez que merecía estar muerto y por primera vez me dí cuenta de porqué. Al llegar a la habitación, nuestra habitación, la luz del cuarto baño estaba encendida, iluminando la ventana. Como en ese momento mi cuerpo estaba lleno de alcohol tardé demasiado tiempo en reaccionar. El suelo, antes blanco, era de un color rojo que resaltaba entre las baldosas blancas, el lavabo estaba lleno de gotas rojas y cajas abiertas, en una baldosa había la marca de una mano llena de una sustancia roja y otra en el suelo. Y al lado de aquella marca, estaba aquella chica de la sonrisa perfecta, consumida por la muerte y la sangre. Llevaba aquella camiseta mía que frecuentaba como su pijama, su pelo caía sobre el suelo como una catarata negra y su hermoso rostro estaba tan pálido como la nieve. Por un momento la recordé realmente como era, la belleza de su rostro, la perfección de su sonrisa, sus besos fríos al despertarme, sus abrazos sobresaltados mientras me afeitaba... Todo cuanto ella había hecho, cuanto me había hecho. Y reparé en todo lo que le había hecho yo.
                                          Mereces morir. Mereces morir. Mereces morir. 
Toda mi vida queda resumida a aquel momento en el que me sonrió, lo hizo sin complicaciones, tan fácil como respirar. Aquel momento que duro unos instantes. Aquel momento en el que me mostró que ella realmente me amaba. Aquel momento en el que ella me sonrió, sin importar que yo iba a matarla.


Calles vacías llenas de soledad.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un día, un mes, un año quizás? No lo sabía. ¿Qué había pasado con sus promesas? ¿Se evaporaron, se convirtieron en un vacío infinito? Tampoco lo sabía. Lo único que sabía es que estaba sola. Sola en una ciudad llena de desconocidos. ¿Qué es eso de pasear cuando tienes pocas cosas importantes que contemplar? Nada tiene sentido cuando pierdes a lo único que has amado. Nada tiene sentido cuando has perdido todo lo que eras.
Echo de menos ese ‘nosotros’, esas tardes sin hacer nada, cuando nos tumbábamos bajo la lluvia y cerrábamos los ojos pensando que éramos estrellas, esas carreras por las calles en las que gritábamos y reíamos sin importar que todos nos mirasen como si no estuviésemos cuerdos. ¿Acaso lo estábamos? ¿Acaso lo estabas cuando escribiste aquella carta acompañada de una taza humeante de café explicando que habías encontrado sentido de la vida en otra persona? Cuando llegué el café estaba frío al igual que las palabras salpicadas de tinta sobre aquella hoja usada de propaganda. ¿Realmente me merecía eso? ¿Una carta escrita en una hoja con una explicación incoherente y un café frío?

Caminar por calles vacías no parece real, más bien un espejismo o un sueño sin despertar. ¿Pero acaso no es la vida un sueño sin despertar?  A veces sólo quiero despertar de este sueño que ahora es pesadilla. Despertar de este continuo paseo por calles vacías llenas de soledad. Llenas de mi soledad. 


jueves, 18 de julio de 2013

El tercer día de la vida.


El dolor se amplifica durante la noche. Recordatorio de que la noche no es final, sino el principio. La oscuridad parece llevarse todos los malos recuerdos, pero sólo trae consigo pesadillas. James lo sabía. Durante años había temido a la noche, a la caída del sol sobre la tierra, a la muerte de la luz. Y la terrible verdad de todo es que seguía temiéndolo. Aunque no era como antes. En los que su única y dura compañía era la fría almohada con la funda de cohetes viejos. Ahora estaba Grace. Pegaba fuertemente a su cuerpo, como si él fuese lo que le daba la vida. Su cara apoyada sobre su pecho, sus brazos sobre sus costados, su pelo formando un río negro sobre la blanca sábana. Tan dulcemente durmiendo, con su lenta respiración. A veces deseaba ser Grace. No ser una chica, si no poder estar en paz como ella estaba. Poder ser libre.

 
Todo el mundo tiene demonios. Y a James le sobran. En un libro leyó una y otra vez lucha contra tus demonios. Pero por mucho que leyó la frase no encontró la solución a como hacerlo. Intentó cerrar fuertemente los ojos y respirar lentamente. Pensó en la primera vez que besó a Grace. No sabía cómo fue capaz, simplemente Grace estaba a centímetros de él y automáticamente su cuello se movió. Por un momento pensó que ella se alejaría, pero no lo hizo. Le agarró del cuello y él volvió a la vida. Aunque no durara mucho. Empezó a latirle el corazón muy rápido e intentó pensar en otro recuerdo bonito rápidamente. No llegó a tiempo. Poco a poco las imágenes se fueron reproduciendo en su cabeza y quiso gritar. Gritar tan fuerte que despertaría hasta a los muertos que yacen bajo tierra. Su garganta no respondía. Abrazó más fuerte a Grace y ocultó la cabeza en su pelo. Ella inconscientemente le pasó las mano por la espalda y le abrazó. James no pudo evitar sonreír mientras las imágenes se volvían opacas. Grace no podía evitar hacer cosas sin darse cuenta de que lo hacía: rascarse la mejilla, tocarse el cuello, cantar mientras camina, cogerle la mano, quedarse mirando por la ventana... Las mejores cosas las hacemos inconscientemente. Grace también.

Se quedó mirando por la ventana. El cielo estaba oscuro, repleto de brillantes puntos plateados desordenados. Contemplando a las estrellas se preguntó si sufrirán dolor. El hecho de estar ahí, en un mar oscuro, tan lejos de todo. Cada estrella estaba lejos de la otra. No lo bastante lejos para que duela, pero si para echar de menos. James cerró los ojos y se imaginó que era una estrella. Imponente y brillante sobre ese océano infinito. Pero al minuto le entró soledad. Estar ahí, tan alto, lejos del suelo, pero tan rodeado de vacío. El hecho de brillar no significa ser un dios. Ni tampoco rozar la felicidad. Se imaginó que Grace era una estrella también. Con su luz clara iluminando a la oscuridad. De pronto quiso abrazarla, fundirse con ella en un abrazo feroz que los convertiría en una sola estrella. La oscuridad y la luz en uno solo. 

 
Tiempo atrás
Grace estaba dando vueltas entre los árboles mientras James descansaba sentado en el suelo con la cabeza apoyada en un árbol, mirándola. Grace no se estaba dando cuenta de que estaba cantando, una melodía que él bien conocido. Su canción. La canción que días atrás le había tocado y la había nombrado como suya. No tengo mucho que darte, pero mi música es tuya. Le había dicho James. Y allí estaba ella. Cantando esa misma canción. A pesar de que sólo la tocó una vez.
Grace se acercó a James dando pequeños saltitos y se arrodilló sobre el espacio entre sus dos rodillas.
-¿Sabes que así pareces un príncipe perdido rogando a las estrellas salvación?-dijo Grace, sonriendo sin dejar de mirarle.
James sonrió y cogió sus manos, acercándola a él y acomodándola sobre sus piernas. Grace apoyó la cabeza sobre su hombro y le propinó un beso el cuello, enterrándose en él. James la apretó más hacia así y suspiro.
-No soy ningún príncipe, Grace. Los príncipes de los cuentos no tienen el corazón tan lleno de oscuridad. Pero tal vez tengas razón. Tal vez esté perdido y sea la oscuridad, pero tu eres la luz, esa estrella por la que ruego salvación. Eres mi salvación."
Después de decir eso, Grace se quedó largo rato mirándole mientras invisibles lágrimas caían por sus ojos y le besó, hasta que la tristeza desapareció de sus ojos verdes. Pero la tristeza seguía ahí.  Lo bueno de todo esto es que nadie puede romper un corazón que ya está roto, él había dicho. Tal vez sea verdad, tal vez los pedazos no lleguen a romperse, tal vez las estrellas sientan dolor. Billones de personas mirando hacia ti sin saber que sufres, debe de ser triste. Todos somos almas tristes, al fin y al cabo. 

 
Poco a poco, mientras no dejaba de mirar hacia la ventana, y pensar en las estrellas, el sueño le atrapó, en un abrazo salvador.



El segundo día de la vida.


Hacía frío. Las ventanas estaban cubiertas levemente de escarcha por los lados y formaban extrañas figuras. Grace estaba sentada enfrente del gran ventanal que había en su habitación. Cuando lo habían visto se dieron cuenta de que esa era su casa, de nadie más. A través de la hermosa ventana se podía ver como los árboles, ancianos y verdosos, se alzaban gloriosos, como si intentaran tocar el cielo. Grace una vez soñó con aquellos árboles. Soñó que por fin pudieron tocar el cielo, llegaban al eterno infinito y se convertían en una parte de él. Muchas veces ella misma había soñado que ella también lo hacía, tocaba el cielo, se convertía en infinito.

Apoyó la mano sobre la escarcha y dejó fluir a la frialdad sobre sus dedos. Siguió el contorno de las figuras con los dedos, como si fuese un lienzo y sus dedos un pincel. Imaginó que cada figura tenía una historia, un principio y un final. Una vida perdida, un camino perdido que los llevo a su ventana.
-¿Qué haces?
Se giró hacia la voz y se encontró a James mirándola desde el centro de la habitación enrollado en una manta. La manta le tapaba los brazos y se arrastraba por los pies. Se notaba que hoy no se había acercado al cepillo; tenía el pelo desordenado, con muchos mechones dorados oscuros en diferentes direcciones; parecía que se acababa de levantar después de estar largo rato durmiendo. Sus ojos estaban entrecerrados, pero se veía perfectamente el verde de sus ojos a través de sus negras pestañas. A través de la camiseta gris oscura que llevada se podía notar la musculatura desarrollada que tenía, a pesar de que era algo ancha. Grace era alta, pero aún así James le sacaba una cabeza.
James se sentó lentamente en el suelo, cruzando sus largas piernas y la rodeó con la manta, ella respondió poniendo la cabeza en su cuello.
-Sólo pensaba.-susurró.
-Siempre estás pensando.-repuso él entre risas- No quiero decir que sea malo. Yo también soy un pensador nato. Estoy todo el día pensando el porqué de esto y el porqué de aquello. Soy una causa perdida.-ella no pudo evitar reír.
Este era James. Un pensador de la vida. Siempre estaba reflexionando sobre porqué el cielo se vuelve gris y no negro, o porqué la lluvia es transparente y no azul. Muchas veces se quedaba parado mirando al suelo o a la ventana cómo si pudiese ver algo más allá del bosque y el cielo. Grace siempre intentaba ver en sus ojos un atisbo de sus pensamientos, pero eran neutros.
-Estaba pensando cuál es la historia de la escarcha.-susurró Grace contra el pecho de James.
James se quedó mirándola unos segundos y le acarició el pelo.
-¿Has llegado a alguna conclusión?
Grace sonrió y enterró el rostro en la manta.
-Me temo que no.
Después de un tiempo en silencio pensando, respondió mirando a la ventana:
-Tal vez la historia de la escarcha sea ésta: la escarcha se enamoró. Como se conoce de ese sentimiento te hace volar y sentir que el mundo es más bonito y que el cielo es dorado. Los días pasaban y ella seguía así, pensando que su amado estaba del mismo modo que ella. Pero llegó la verdad y entonces supo que su amor no era correspondido. Y huyó. Por eso está en nuestra ventana. Va de ventana en ventana cuando hace frío para buscar el amor que no ha sido correspondido.
-Tal vez lo haya encontrado ya....-susurró Grace.
El chico la miró y sonrió al ver que miraba a la escarcha.
-Mi pasatiempo favorito es darle amor a las escarchas.
Grace rompió a reír y James la acompañó. El mejor sonido era la risa de Grace. Ni siquiera un acorde perfecto de su guitarra podría compararse con el sonido tan hermoso de su risa. Apoyó la cabeza sobre la de Grace, y aspiró fuertemente el aroma de su pelo, deseando que se quedase impregnado en sus pulmones para siempre. Porque para él, esos simples e insignificantes momentos, eran los más preciados, con los que había soñado en el pasado.
Nadie sabía, ni siquiera Grace, que ese sonido, la risa de ella, le devolvía a la vida que hace tiempo alguien le arrebató. 

Y quisimos volar alto.


Las heridas duelen. Las cicatrices duelen más. ¿Pero qué importa eso cuando eres libre? Te lo diré yo. Nada. Qué más da estar loco o estar herido cuando puedes volar alto y no caer, a pesar de las leyes de la gravedad. Estar loco sólo te hace ser diferente y ser alguien que vale la pena; estar herido sólo te hace más fuerte. ¿Pero qué es soportar un poco de dolor, con la libertad? Saber que no hay amarras que te rodean y paralizan y que no vas a caer nunca más. Y si en tal caso cayeras, te levantarías y seguirías volando como si no hubiese pasado nada, como si esa fracción de segundo en el duro suelo solo fue un recordatorio de lo fuerte que eres y de lo alto que vuelas. Queríamos ser alguien y nos convertimos en nubes. Nubes de un cielo glorioso que cubre a las personas como si una fortaleza fuera. Así que eso somos. Guardianes del cielo. Prisioneros de las estrellas. ¿Pero que importa ser prisioneros de las estrellas a ser prisioneros de las personas, o de ti mismo? La sangre corre libre por mis venas y mi corazón late limpiamente en mi pecho y yo sólo puedo sentir la más pura felicidad. Ya no somos dueños de nadie. Ni del aire que nos rodea.
Y quisimos volar alto, y lo conseguimos.

domingo, 14 de julio de 2013

Días fríos.

Otro amanecer, otro despertar sólo;
sólo como el frío.
De eso compone mi cama,
de frío.
Tiempo atrás estuvo caliente,
pero sólo es pasado.
Tiempo atrás mi corazón,
fuerte,
estuvo caliente, ardiendo;
ahora es un trozo de hielo.
De eso compone todo.
Rastros de hielo rodean mi cama,
brillando entre la luz clara.
Mi pecho desnudo está pálido,
como lo era tu espalda.
Mis lágrimas son débiles,
como las pecas de tu cara.
La puerta sigue cerrada,
del mismo modo en que la dejaste.
Abandonada.
Tu falso amor, tu caliente abrazo,
tus besos ardientes, tu rojo lazo.
Nada fue real. Nada fue vivo.
Sólo era frío.

sábado, 13 de julio de 2013

Cartas a las estrellas caídas.

A pesar de que es verano, tengo frío. No es un frío normal, de esos fríos invernales en los que si no te cubres de mantas no se te quita, es un frío distinto. Es un frío que está dentro de mí, en mi interior, en mis entrañas. No es ningún frío invernal, no hay número posible de mantas que me caliente. Simplemente, tengo frío. Tan normal como sí tuviera hambre. Pero este frío a veces duele. ¿Conoces esa sensación que aparece cuando pierdes a alguien? ¿Como sí algo se hubiese ido de tú pecho para siempre? Lo siento ahora. Lo raro de todo, es como sí me hubiesen quitado algo que no se, algo que me falta dolorosamente, pero que nunca he conocido. La más pura verdad es que no se lo que me han quitado, pero lo he perdido. Es como sí el aire que respiro de repente se evaporase y me quedase seco, con mis pulmones gritando por oxígeno. Pero lo peor de todo no es ahogarse, ni no saber algo que has perdido; es estar rodeado de tanta gente y sentirte tan sólo. Y me siento sólo, tan infinitamente sólo. Las personas me rodean y no notan que tengo frío, ni que me ahogo. Sólo ven a un chico joven normal sonriendo por cualquier razón adolecente con los auriculares puestos caminando despreocupado. Por dentro me desintegro. Tengo ganas de gritar en medio de todo pero mi boca está cerrada y yo estoy cerrado. ¿Nunca te has sentido así? ¿Tan infinitamente muerto por dentro pero tan lleno de vida por fuera? No me gusta estar así. No me gusta sentirme sólo. Por eso escribo esto, una simple carta en un folio algo arrugado que encontré en mi archivador para una estrella caída. Caída en ese mar azul que se reclama cielo, caída como yo. Yo he caído tan fuerte sobre el suelo que por muchas flexiones y pesas que haya hecho antes no he tenido fuerzas para levantarme. ¿Algún día me levantaré? ¿Algún día dejaré de tener frío? ¿Algún día sabré lo que he perdido, y lo recuperare? ¿Algún día dejaré de estar solo? Hasta que llegue ese día, yo estaré aquí, envuelto en mantas carentes de calor, caído, como las estrellas a las que escribo.

El primer capitulo de la vida.

El dia estaba necesariamente nublado. Unos cuantos rayos dorados luchaban contras las oscuras nubes por un espacio en el cielo, convirtiendo algunos espacios grises en dorados. James subia lentamente las escaleras mientras contaba mentalemente el numero de peldaños, como siempre habia hecho, como si nunca hubiese cambiado. Llego al final de la escalera y se apresuro a asomarse a la ventana de nuevo. El dorado estaba ganando, el gris se dispersaba entre lo brillante. El chico se acerco al marco de la puerta de su nueva habitacion, que ahora compartia, por primera vez, con alguien. Ya no era su pequeña habitacion con su pequeña cama sobre la que descansaba su edredon azul de cohetes que su madre le habia comprado en su sexto cumpleaños. Ahora habia una gran cama blanca en medio de la gran habitacion llena de cojines de muchos colores y formas. Y en medio de la cama, un punto negro sobre blanco, se encontraba Grace, con su pelo negro brillante recogido torpemente en una coleta. Las piernas las tenia cruzadas y la espalda encorvada, para leer mejor el libro que tenia delante. James se quedo quieto, apoyado levemente sobre el marco de la puerta, mirando a Grace. Le encantaba mirarla cuando ella no se daba cuenta de que lo hacia. Su piel palida, brillaba con una luz blanca y hacia que su larga melena oscura centellease con mas fuerza. Sus ojos, de un marron dorado, muchos podrian decir que simplemente eran unos ojos bonitos, para el eran mas que eso, eran la puerta al alma de su amada. Recordo la primera vez que los vio, ella simplemente levanto la mirada del suelo, un hecho tan simple como respirar, pero para el fue una marca que se le quedo impregnada en la piel y en la mente; entonces supo, que pasase lo que pasase, los amaria enternamente. El muchas veces habia intentado explicarle la belleza de sus rasgos, pero eso solo produjo un rubor rosado en sus mejillas y que bajase la mirada negandolo. Pero esa era su Grace, con esos ojos tan tiernos y a la vez tan agresivos, con esa timidez que se volvia sin previo aviso tan poderosa. Grace se mordia nerviosamente los dedos mientras pasaba las paginas que la llevaria al tan inesperado final. Un rastro brillante se fue deslizando poco a poco por sus palidas mejillas y James corrio. El chico se subio rapidamente a la cama, se sento detras de ella, poniendo las piernas junto a las suyas y la rodeo con los brazos, acunandola sobre su pecho. Mas lagrimas huyeron de sus ojos y sollozos silenciosos resquebrajaron el corazon de James. Lentamente se tumbo en el colchon con ella en sus brazos y le acaricio el pelo mientras le susurraba una cancion. Dejo que sus lagrimas mancharan su camiseta azul, sin importar que se estuviese mojando. Asi quedaron durante horas, abrazados susurrando palabras invisibles. El libro, manchado de lagrimas, quedo olvidado sobre el colchon abierto por la ultima pagina. Cuando los sollozos cesaron, el chico beso los rastros de lagrimas que habian quedado impregnados en sus mejillas. Y la risa llego. James supo que mas tardes como esa vendrian y que mas libros acabaria entre lagrimas, pero eso era lo que habia elegido amar. Aquella timida pero poderosa chica que lloraba palabras.

sábado, 22 de junio de 2013

No quiero decir adiós

¿Porqué razón hay que despedirse? Los 'hasta luego' y 'hasta mañana' existen para algo. Los adiós no tienen porque ser eternos. Nunca he entendido porque hay que decir adiós a demasiadas personas. Yo no quiero decir adiós. Quiero decir hasta mañana, no adiós. Pero nunca es hasta mañana. Ni hasta pronto. Es adiós, un adiós eterno que se queda en el vacío del universo. En mi vacío.  En mi universo. El verso despedirse no debería existir en el diccionario. Nunca deberíamos decir adiós a nadie. ¿Porqué es tan doloroso decir sólo una maldita palabra? Una sola palabra de solo cinco letras, tres vocales y dos consonantes. ¿Cómo puede ser que una palabra tan insignificante sea capaz de hacernos daño? ¿Cómo es posible que con esa palabra muchísimas personas se desvanezcan en el aire para no volver? Realmente odio decir adiós. Nunca más volveré a decir adiós. No, nunca más. No puedo decir adiós. Pero aquí, en este blanca y aburrida habitación de hospital me doy cuenta de todo lo que odio esa palabra. No le pienso decir adiós, ni aunque la enfermedad aumente no pienso despedirme, porque esta vez no será un adiós, será un hasta pronto. Será un 'dentro de poco volveremos a estar juntos'. A veces tu mismo tienes que cambiar el título de tu historia. Yo cambiare su título en su lugar, y el mío de paso. 
 Odio el hospital. Llevo un mes aquí, sentado en esta dolorosa silla de plástico en esta habitación y ahora lo odio todo. Las máquinas, la habitación, los cables que la rodean, la enfermera que viene para llevársela todos los días, la caída de su hermoso cabello, la comida de aquí, la vista desde la ventana. Incluso el cuadro con una flor que hay en la sala de espera. ¿Porqué una flor en una sala de espera? ¿Para dar esperanza? ¿Para adornar? No lo entiendo. Realmente no entiendo nada. No entiendo como he acabado aquí. Hace un mes yo estaba caminando de la mano de ella por el bosque que hay en frente de mi casa y ahora estoy aquí, de la mano de ella en la habitación de hospital. ¿Porque hemos cambiado tanto? Yo ya no soy el mismo, ella ya no es la misma. La vida para mi ya no es la misma. Antes éramos fuertes. Una piedra irrompible, inquebrantable. Pero su mano ahora es frágil, su cuerpo es frágil, yo soy frágil. Que parezca de piedra no significa que no pueda romperme. Y me he roto. Cada vez el reloj pasa más rápido. Su vida esta en las manecillas. El otro día rompí el reloj que había en la habitación. No podía con su tic tac. Creo que ella tampoco. No dejaba de mirarlo, con miedo, como si en cualquier momento el reloj fuese a pararse y ella con el, por eso lo rompí. No puedo ver el miedo en su hermoso rostro, ahora más pálido y delgado, pero igual de hermoso. Aunque yo creo que también estoy más pálido y delgado, así que no puedo juzgarla en eso. Pero ella aún así sonríe. Y yo sonrío. Y la muerte se ríe de nosotros. Pero este hombre roto se ríe ella. Porque ella podrá llevársela y alejarla de mi en el fin de los tiempos, pero nunca hará que yo le diga adiós. Diré hasta luego. Y este hasta luego no será más que el principio. 

lunes, 20 de mayo de 2013

La historia de el hombre que nunca amó.

Seguramente me conozcas. Me verás pasear por las calles y te irás a la acera de enfrente para no tener que pasar a mi lado. Hablarás de mi a otros y sentirás de miedo de que esté escuchando. Siempre es miedo lo que sientes cuando se trata de mi. El hombre que nunca amó. Un hombre despiadado que odia por completo a los seres humanos. Un hombre que solo piensa en la destrucción de todos y en la suya propia. Un hombre auto mutilado. Pero un hombre auto mutilado por el dolor. Todas las personas piensan que no tengo corazón. Y tienen razón. Pero hace años tuve uno, un corazón que se partió en miles de pedazos hasta que no quedó ni una mota de polvo. Digamos, por así decirlo, que mi infancia no fue como esas que salen en las películas del canal infantil.

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Con tan solo siete años tenía que valerme por mí mismo y sacarme adelante yo solo. Mi padre era un borracho, que solo ha pasado unas pocas horas sobrio en su vida. Por eso mi madre se fue. Fue un día de verano. Yo había salido temprano de casa porque tenía que ir andando a la escuela y mi madre me despidió como si fuese un día normal. Pero no lo era. Cuando volví de la escuela se escuchaban los gritos de mi padre desde el patio. La puerta de la casa estaba abierta completamente dejando ver el estropicio que dentro había. Todos los muebles estaban tirados por el suelo, las pocas fotos que teníamos estaban tirados por el suelo, rodeados de cristales rotos. Mi padre estaba gritando mientras seguía tirando cosas hasta que paró. Se tiró al suelo, y empezó a llorar. Mi madre se había ido. Sin decir adiós. Sin decirme nada. Sin llevarme con ella. Dejándome con el borracho del pueblo. Solo. Mi padre empezó a ponerse peor. Bebía mucho más que antes. Lloraba todas las noches. Y me llevaba a sitios oscuros para adultos. Siempre me dejaba en el coche y se iba. Al tiempo volvía y se echaba a llorar en el volante. Así todos los días. Cada vez mi padre se metía en más problemas. Muchas veces la policía lo traían a altas horas de la noche. Pero un día una mujer vino a mi casa, habló con mi padre y mi padre empezó a llorar a gritar, y la mujer me llevó con ella. Me explicó en el coche que mi padre ya no podía cuidarme y que otras personas lo harían. Yo estaba confundido, porque ya nadie cuidaría de mi padre. Una familia me adoptó, y yo me mudé a la otra punta del país. A partir de eso, empecé a tomarme en serio la vida. Dejé la infancia a un lado y me metí de lleno en la adolescencia, con tan solo doce años. No dejé de trabajar y de forjarme un futuro cada día. No me importaba hacer lo que sea. Con tal de no acabar como mi padre. Fui creciendo poco a poco y cada vez iba avanzando más, aprendiendo más. Mi nombre fue haciéndose famoso poco a poco mientras mis conocimientos subían. Llegué a la universidad con tan solo dieciséis años. Fue algo extraño encontrarme con personas que eran más mayores que yo, y que siendo más mayores tenían menos inteligencia que un perro abandonado. Pero me disolví muy bien con ellos. Como era muy alto y tenía rasgos de adulto pasé desapercibido con mi edad. Incluso hice amigos. Y conocí a alguien. Era la chica más hermosa que había conocido jamás. No se maquillaba ni se peinaba en la peluquería como las demás de la universidad, ni llevaba ropa ajustaba y tacones. Y era increíble. Le encantaba leer. Siempre tenía un libro en las manos, cosa que me maravillaba. Ella me dejaba libros maravillosos que luego comentábamos en las horas libres.  Y así paso el tiempo. La vida se fue aclarando haciéndome olvidar mi pasado y todo cuanto sufrí. Pero supongo que las personas como yo nunca tenemos un final feliz. Ella empezó a salir con un chico que no tenía nada que ver con ella. Apenas estudiaba y no le importaba nada la vida de los otros salvo la suya propia. Fumaba y bebía muchas veces y lo único que podía pensar es que acabaría como mi padre. La familia de ella y de él se conocían desde hace tiempo y eran amigos desde siempre. Así que sus padres ya esperaban que saldrían algún día. Además, ambas familias eran ricas, así que solo beneficiaria  la una a la otra. Yo no podía sentirme más muerto. Ella ya no me dejaba más libros. Ya no venía a comentar libros en los ratos libres. Empezó a maquillarse y a ponerse ropa más ajustada y dejó la lectura. Ya ni me miraba. Los veía como se besaban en el patio de la universidad y yo lo único que sentía era que estaba completamente muerto. Terminé de estudiar y intenté olvidarla. Pero me era imposible. Me habían roto el corazón. Completamente. Cuando pensaba que por fin sería feliz, me pegan un puñetazo. Al año de terminar la universidad me enteré de que habían encontrado a mi padre muerto en mi casa agarrando una foto de mi madre. No fui a su funeral. No se lo merecía. Me compré una casa para mí solo y empecé a trabajar con tan solo veinte años. No tenía amigos. Ni novia. Ni siquiera un perro. Nada. Un ordenador, quizás. Pero nada importante. Y entonces recibí una carta de mi madre. Decía que había escuchado mucho sobre mí y que sabía que yo ahora ganaba mucho dinero por mi trabajo. No había un lo siento, un nada. Solo una suma de dinero escrita con letra borrosa. Mi madre no era como pensaba. Era como mi padre. Peor, incluso. Y le di el dinero. Ella ni me lo agradeció. Nada. Ninguna otra carta. Solo se fue con el dinero. Y volví a quedarme solo. Ya no me importaba nada. Ni nadie. Todas las personas eran insignificantes. Los seres humanos son destructivos. Intentas ser bueno y te destruyen por ello.
Tal vez nadie sepa nunca la verdadera historia de el hombre que nunca amó. Tal vez éstas palabras se borren y nadie las lea jamás. O tal vez sí. Pero si estás leyendo esto, sabrás, que yo amé y, que por ello, me destruyeron.

domingo, 19 de mayo de 2013

Lo que veo.

He vivido tantos años que ya ni siquiera soy capaz de decirlos sin que los cuente mal. He estado tantos años plantado en aquel parque que ya me he convertido en una parte de el. He vividos tantos años que las historias y los recuerdos se amontonan en mi memoria abrumandome por completo. En mis ramas han ocurrido tantas historias que dentro de unos años serán contadas y dejaran maravillados a unos y desgraciados a otros. Tantos recuerdos que perduraran en la memoria de las personas para siempre y en la mía. Todavía las recuerdos como sí fuese ayer: había una chica. De dieciséis años por lo menos. Siempre venía caminando lentamente con la mochila acuestas, subiendo la colina para llegar a mi. Se sentaba bajo mis ramas, y empezaba a llorar. Primero empezaba silenciosamente y luego empezaba a sollozar. Y me contaba su historia mientras tanto. Siempre ha sido una inadaptada. Desde pequeña, desde siempre. Nunca ha sentido que perteneciera a un lugar. Que perteneciera a su propia familia. Siempre ha caminado por las calles de la ciudad y no ha sentido nada. Se hacía daño a sí misma para intentar aplacar el dolor pero lo único que hacia era aumentarlo. Sus padres parecían que estaban ciegos porque no podían ver todo el dolor que había en los ojos de su hija. Nadie lo veía. Salvo yo. Ella me rociaba con sus lágrimas y luego de iba cuando llegaba la noche. El tiempo paso, ella siguió viniendo a verme pero ella cada vez gritaba más. Hasta qué un día no vino. Y paso un día. Y paso una semana. Y paso un mes. Y supe lo que le había pasado. Desee completamente que ella volviera a regar me con sus lágrimas. 
Luego estaba ese chico. El chico de la sonrisa rota. Siempre llegaba corriendo y se tumbaba y empezaba a beber. Bebía para olvidar, o por lo menos era lo qe el susurraba en su trance. Olvidar a una chica que ya no estaba. El empezaba a hablar con su aliento a alcohol y me contaba la primera vez que la vio. Ella estaba en mis mismas ramas llorando. Y el paso por ahí y la vio. Se quedo mirándola un buen rato hasta que ella se fue. Volvió al día siguiente. Ella estaba ahí. Así pasaron los días, y el se enamoró completamente de ella. Ella estaba igual de rota que el. Pero cada vez sus muñecas estaban más vendadas y el no podía hacer nada. Hasta qué se fue. Sin previo aviso. Sin decir adiós. El olvido era lo único que pedía. Olvidar. Seguir adelante. Hacer como sí nada hubiese pasado. Como sí nada hubiese existido. Pero lo único que hacia era recordar. 
Supongo que el olvido es algo difícil de conseguir. Yo no puedo olvidar. No puedo hacerlo. 
También estaba ese otro hombre borracho que se paseaba por el parque dando tumbos de un lado a otro mientras cantaba una canción que seguramente ya nadie recordaba. Siempre traía una botella vacía y hacia como sí bebiese, sin ningún líquido que beber. El tiempo y la edad le habían pasado factura y su anterior pelo negro había sido reemplazado por un gris deteriorado. El nunca paraba de reír y de cantar canciones olvidadas hasta que se caía en el parque y no de levantaba. Empezaba a contar las historias de todas las estrellas, y las muertes de muchas de ellas. Se inventaba una historia triste para cada una y otra feliz que nivelara. Yo sabía que no estaba borracho. El sabía que no estaba borracho. Que no había ningún licor en la botella. Pero el fingía que sí. Aunque supongo que eso es lo que los humanos hacen; fingir que son cosas que no son. 
Tantas historias tristes y melancólicas, tantos recuerdos felices e increíbles que he podido contemplar. Primeros besos, declaraciones, nacimientos, pérdidas, olvidos, tristezas... Tantas cosas insignificantemente grandes. Y más que vendrán. Supongo que el olvido sería lo mejor. Olvidar a aquella chica, al chico de la sonrisa rota, al falso borracho... Pero yo no quiero olvidar. Los recuerdos nos hacen recordar que somos realmente y porque somos lo que somos. 

lunes, 13 de mayo de 2013

Vejez.

Me despierto en medio de un mar de sudor y mis huesos crujen. Me vuelvo a tumbar hasta que el dolor desaparece y me enderezo. Miro la foto que descansa en la mesa, a mi lado, y me paralizo. En esa foto ella podía tener unos diecisiete años. La había tomado yo. Ella ni siquiera se dio cuenta de que se la tomé. Pero aún así era la persona más hermosa del mundo. Sonreía de una forma tan timida mientras miraba a la nada que podría ser un ángel.   Un dolor me atraviesa el alma y me digo a mi mismo que me levante. Y así hago. No puedo soportarlo. Camino por el largo pasillo y me detengo en el salón. Los recuerdos vienen a mi mente como flashes y me agarro al marco de la puerta para no caer. En esta casa empezó mi vida. Y en esta casa acabo aquel oscuro día de octubre. Esa fecha me aplasta la cabeza hasta tal punto que acabo llorando desolado. No entiendo como una simple fecha puede afectar tanto a una persona. Pero para mi no es una simple fecha. Es la fecha de la muerte de la única persona que he amado. La muerte de mi alma. Pero entonces el dolor de mi edad me saca de mi trance y me dirijo al mueble donde guardo las pastillas. Me las tomo y sentir y me prometo que hoy será un día bueno. Aunque yo ya se que eso no será así. La soledad me bombardea cada dia haciendome sentir mas viejo. Me encuentro en un planeta lleno de seres humanos y aun asi lo unico que siento es dolor y soledad. Ni siquiera mis propios hijos intentan quitar esta soledad. Nadie. Y asi es mi vida de anciano. Todos los días la misma rutina. Me levanto. Veo la foto de Grace. Me tomo las pastillas. Me siento en el sofá. Y ahí me quedo, pensando y recordando todos esos recuerdos que me acuchillan el alma. Y ese dolor que nunca cesa. Pero supongo que de esto trata la vejez. Recordar todo lo vivido y sufrir en silencio lo perdido. 

Y entonces la vi.

Ahora que estoy sentado en esta vieja silla que chirría mirando a la nada que se extiende por mi habitación, me doy cuenta de lo solo que estoy. Y lo peor incluso, es que siempre lo he estado. He caminado durante horas por calles y avenidas repletas de personas pero aún así un vacío me ha llenado de tal modo que me costaba caminar. La nada que me rodea me abruma por completo alejandome de mi mismo y del mundo en el que vivo. Aunque claro esta, la nada siempre ha vivido en mi, así que supongo que ya es una rutina soportada. Pero a pesar de ello, me alejo de ella. Las calles estaban medio vacías, las farolas medio apagadas, y yo lo único que pude sentir es la más profunda soledad. Metí las manos en los bolsillos para restablecer el peso de mis brazos que en ese momento parecía pesar toneladas, y seguí caminando sin rumbo. Empece a sentir curiosidad por la gente que caminaban en la calle. Algunos parecían que tenían prisa, otros que tenían todo el tiempo del mundo, otros estaban borrachos, otros desearían estarlo, otros que parecían no tener rumbo como yo... Y entonces la vi. Acababa de salir de una  librería que parecía estar abierta casi las 24 horas del día. No dejaba de sonreír a la bolsa de la librería que agarraba como sí se la fuesen a arrebatar. La poca luz de las farolas proyectaba unos rayos dorados en un cabello y por un momento pensé que estaba soñando. Pero no era así. Siguió caminando, y me di cuenta de que era en mi dirección. Me quede parado, sin dejar de mirarla. Ella empezó a cantar para sí mientras sacaba el libro y sonreía a la cubierta. Y levanto la mirada. Sus ojos dorados me atravesaron el alma como cuchillas, y me sonrio. Y en ese momento, supe que ya nunca más volvería a sentirme solo. 

sábado, 11 de mayo de 2013

Y ahora pienso.

Ya he madurado. He dejado las muñeca por los libros, el parque de juegos por la biblioteca, las heridas en el parque por las heridas en el corazón,... Yo ya no soy aquella niña sonriente que fui. Ya no son tan fuerte como para levantarme después de la caída. Ya no soy nada. Sólo soy una niña frágil que creció demasiado rápido. Ayer yo estaba corriendo con mis amigos en el parque, siendo mi única preocupación que el que la quedaba no me pillase. Hoy estoy encerrada en mi cuarto con el rostro enterrado en un libro rogando que el profesor tenga un accidente para no tener examen. Y mañana probablemente este del mismo modo. El tiempo me aviso de lo que se avecinaba pero no le eche cuenta y ahora lo he perdido todo. El tiempo me aviso de que ya me quedaba poco tiempo y ya no me queda nada. El tiempo me ha aplastado sin aviso y me ha devuelto a la realidad. Y ahora me doy cuenta de todo lo que he perdido y lo poco que he ganado. Mi habitación se ha convertido en mi guarida, mi soledad en mi fortaleza, mis amigos en desconocidos, mis heridas en mis recordatorios del dolor, mis lágrimas en mi dolor. Esto es lo que soy. Esto es lo que siempre he sido. Pero he sido camuflada por el tiempo demasiado tiempo, hasta que por fin me ha destapado y me ha mostrado lo que siempre he sido y lo que soy ahora. Una niña frágil caminando por un mundo peligroso que no conoce. 
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      Rosa <4
Gracias por todo.

Escaparates

A veces siento que mi vida es un escaparate. Que alguien cada cierto tiempo lo redecora. Cada escaparate es diferente. El primero fue hermoso. Lleno de felicidad e inocencia. Lleno de globos y muñecas que te hacían sonreír. El segundo escaparate ya no era tan inocente. Había un poco de sangre y lágrimas en un suelo lleno de tierra. Unos miedos que te hacían gritar de terror. Unos amigos que a veces estaban y otras veces no, como si de fantasmas se tratase. Un nuevo ser que llegaba al escaparate con poco pelo y manos pequeñas mientras lloraba. El tercer escaparate ya era más oscuro. Las lágrimas habían aumentado, inundando lo todo. Los fantasmas ya desaparecían más, y algunos no volvían. El nuevo ser había cambiado convirtiéndose en alguien con el que te peleabas. Había muchos libros amontonados en una esquina, esperando a que alguien los lea, mientras los exámenes montaban guardia para que nadie los leyera. La soledad era la luz que iluminaba el escaparate. Y así seguirá mi escaparate. Hasta qué un día desaparezca, y yo desaparezca con el. 

Clones.

El mundo ya no es lo que hace años fue. Ahora los seres humanos son clones. Visten igual, hablan igual, piensan igual. Ya nadie sigue sus propios gustos ni sus propios pensamientos. Saben lo que decir, que no decir, que ponerse, que no ponerse, que hacer, que no hacer... Pero entonces alguien sale de su trance y piensa diferente. Ya no actúa como odia los demás actúan. Ya no piensa como todos los demás piensa. Y a pesar de los clones que en este mundo gobiernan esa persona es libre. 

Y sobrevivimos

Caemos tantas veces a lo largo del día que ya ni siquiera nos levantamos. Lloramos por las noches hasta que el sueño nos encuentra y nos dormimos llorando. Tenemos más razones para vivir que para morir. Nos sentimos solos aún estando rodeado de gente. Nos quedamos mirando a las personas felices y deseamos que esa persona seamos nosotros. Pero un día nos levantamos, y aparece una razón por la que vivir. Para algunos puede ser una tontería, algo tan insignificante que vale la pena darle importante, pero para nosotros nos basta. Y ya no todo es tan oscuro. Ya no nos caemos tanto. Ya no nos quedamos mirando a las personas felices sino que ya nos hemos convertido en las personas felices. La muerte ya no es tan atractiva. Volvemos a ser seres humanos. Y entonces sobrevivimos.