lunes, 20 de mayo de 2013

La historia de el hombre que nunca amó.

Seguramente me conozcas. Me verás pasear por las calles y te irás a la acera de enfrente para no tener que pasar a mi lado. Hablarás de mi a otros y sentirás de miedo de que esté escuchando. Siempre es miedo lo que sientes cuando se trata de mi. El hombre que nunca amó. Un hombre despiadado que odia por completo a los seres humanos. Un hombre que solo piensa en la destrucción de todos y en la suya propia. Un hombre auto mutilado. Pero un hombre auto mutilado por el dolor. Todas las personas piensan que no tengo corazón. Y tienen razón. Pero hace años tuve uno, un corazón que se partió en miles de pedazos hasta que no quedó ni una mota de polvo. Digamos, por así decirlo, que mi infancia no fue como esas que salen en las películas del canal infantil.

Ignorar esta notificación
Con tan solo siete años tenía que valerme por mí mismo y sacarme adelante yo solo. Mi padre era un borracho, que solo ha pasado unas pocas horas sobrio en su vida. Por eso mi madre se fue. Fue un día de verano. Yo había salido temprano de casa porque tenía que ir andando a la escuela y mi madre me despidió como si fuese un día normal. Pero no lo era. Cuando volví de la escuela se escuchaban los gritos de mi padre desde el patio. La puerta de la casa estaba abierta completamente dejando ver el estropicio que dentro había. Todos los muebles estaban tirados por el suelo, las pocas fotos que teníamos estaban tirados por el suelo, rodeados de cristales rotos. Mi padre estaba gritando mientras seguía tirando cosas hasta que paró. Se tiró al suelo, y empezó a llorar. Mi madre se había ido. Sin decir adiós. Sin decirme nada. Sin llevarme con ella. Dejándome con el borracho del pueblo. Solo. Mi padre empezó a ponerse peor. Bebía mucho más que antes. Lloraba todas las noches. Y me llevaba a sitios oscuros para adultos. Siempre me dejaba en el coche y se iba. Al tiempo volvía y se echaba a llorar en el volante. Así todos los días. Cada vez mi padre se metía en más problemas. Muchas veces la policía lo traían a altas horas de la noche. Pero un día una mujer vino a mi casa, habló con mi padre y mi padre empezó a llorar a gritar, y la mujer me llevó con ella. Me explicó en el coche que mi padre ya no podía cuidarme y que otras personas lo harían. Yo estaba confundido, porque ya nadie cuidaría de mi padre. Una familia me adoptó, y yo me mudé a la otra punta del país. A partir de eso, empecé a tomarme en serio la vida. Dejé la infancia a un lado y me metí de lleno en la adolescencia, con tan solo doce años. No dejé de trabajar y de forjarme un futuro cada día. No me importaba hacer lo que sea. Con tal de no acabar como mi padre. Fui creciendo poco a poco y cada vez iba avanzando más, aprendiendo más. Mi nombre fue haciéndose famoso poco a poco mientras mis conocimientos subían. Llegué a la universidad con tan solo dieciséis años. Fue algo extraño encontrarme con personas que eran más mayores que yo, y que siendo más mayores tenían menos inteligencia que un perro abandonado. Pero me disolví muy bien con ellos. Como era muy alto y tenía rasgos de adulto pasé desapercibido con mi edad. Incluso hice amigos. Y conocí a alguien. Era la chica más hermosa que había conocido jamás. No se maquillaba ni se peinaba en la peluquería como las demás de la universidad, ni llevaba ropa ajustaba y tacones. Y era increíble. Le encantaba leer. Siempre tenía un libro en las manos, cosa que me maravillaba. Ella me dejaba libros maravillosos que luego comentábamos en las horas libres.  Y así paso el tiempo. La vida se fue aclarando haciéndome olvidar mi pasado y todo cuanto sufrí. Pero supongo que las personas como yo nunca tenemos un final feliz. Ella empezó a salir con un chico que no tenía nada que ver con ella. Apenas estudiaba y no le importaba nada la vida de los otros salvo la suya propia. Fumaba y bebía muchas veces y lo único que podía pensar es que acabaría como mi padre. La familia de ella y de él se conocían desde hace tiempo y eran amigos desde siempre. Así que sus padres ya esperaban que saldrían algún día. Además, ambas familias eran ricas, así que solo beneficiaria  la una a la otra. Yo no podía sentirme más muerto. Ella ya no me dejaba más libros. Ya no venía a comentar libros en los ratos libres. Empezó a maquillarse y a ponerse ropa más ajustada y dejó la lectura. Ya ni me miraba. Los veía como se besaban en el patio de la universidad y yo lo único que sentía era que estaba completamente muerto. Terminé de estudiar y intenté olvidarla. Pero me era imposible. Me habían roto el corazón. Completamente. Cuando pensaba que por fin sería feliz, me pegan un puñetazo. Al año de terminar la universidad me enteré de que habían encontrado a mi padre muerto en mi casa agarrando una foto de mi madre. No fui a su funeral. No se lo merecía. Me compré una casa para mí solo y empecé a trabajar con tan solo veinte años. No tenía amigos. Ni novia. Ni siquiera un perro. Nada. Un ordenador, quizás. Pero nada importante. Y entonces recibí una carta de mi madre. Decía que había escuchado mucho sobre mí y que sabía que yo ahora ganaba mucho dinero por mi trabajo. No había un lo siento, un nada. Solo una suma de dinero escrita con letra borrosa. Mi madre no era como pensaba. Era como mi padre. Peor, incluso. Y le di el dinero. Ella ni me lo agradeció. Nada. Ninguna otra carta. Solo se fue con el dinero. Y volví a quedarme solo. Ya no me importaba nada. Ni nadie. Todas las personas eran insignificantes. Los seres humanos son destructivos. Intentas ser bueno y te destruyen por ello.
Tal vez nadie sepa nunca la verdadera historia de el hombre que nunca amó. Tal vez éstas palabras se borren y nadie las lea jamás. O tal vez sí. Pero si estás leyendo esto, sabrás, que yo amé y, que por ello, me destruyeron.

domingo, 19 de mayo de 2013

Lo que veo.

He vivido tantos años que ya ni siquiera soy capaz de decirlos sin que los cuente mal. He estado tantos años plantado en aquel parque que ya me he convertido en una parte de el. He vividos tantos años que las historias y los recuerdos se amontonan en mi memoria abrumandome por completo. En mis ramas han ocurrido tantas historias que dentro de unos años serán contadas y dejaran maravillados a unos y desgraciados a otros. Tantos recuerdos que perduraran en la memoria de las personas para siempre y en la mía. Todavía las recuerdos como sí fuese ayer: había una chica. De dieciséis años por lo menos. Siempre venía caminando lentamente con la mochila acuestas, subiendo la colina para llegar a mi. Se sentaba bajo mis ramas, y empezaba a llorar. Primero empezaba silenciosamente y luego empezaba a sollozar. Y me contaba su historia mientras tanto. Siempre ha sido una inadaptada. Desde pequeña, desde siempre. Nunca ha sentido que perteneciera a un lugar. Que perteneciera a su propia familia. Siempre ha caminado por las calles de la ciudad y no ha sentido nada. Se hacía daño a sí misma para intentar aplacar el dolor pero lo único que hacia era aumentarlo. Sus padres parecían que estaban ciegos porque no podían ver todo el dolor que había en los ojos de su hija. Nadie lo veía. Salvo yo. Ella me rociaba con sus lágrimas y luego de iba cuando llegaba la noche. El tiempo paso, ella siguió viniendo a verme pero ella cada vez gritaba más. Hasta qué un día no vino. Y paso un día. Y paso una semana. Y paso un mes. Y supe lo que le había pasado. Desee completamente que ella volviera a regar me con sus lágrimas. 
Luego estaba ese chico. El chico de la sonrisa rota. Siempre llegaba corriendo y se tumbaba y empezaba a beber. Bebía para olvidar, o por lo menos era lo qe el susurraba en su trance. Olvidar a una chica que ya no estaba. El empezaba a hablar con su aliento a alcohol y me contaba la primera vez que la vio. Ella estaba en mis mismas ramas llorando. Y el paso por ahí y la vio. Se quedo mirándola un buen rato hasta que ella se fue. Volvió al día siguiente. Ella estaba ahí. Así pasaron los días, y el se enamoró completamente de ella. Ella estaba igual de rota que el. Pero cada vez sus muñecas estaban más vendadas y el no podía hacer nada. Hasta qué se fue. Sin previo aviso. Sin decir adiós. El olvido era lo único que pedía. Olvidar. Seguir adelante. Hacer como sí nada hubiese pasado. Como sí nada hubiese existido. Pero lo único que hacia era recordar. 
Supongo que el olvido es algo difícil de conseguir. Yo no puedo olvidar. No puedo hacerlo. 
También estaba ese otro hombre borracho que se paseaba por el parque dando tumbos de un lado a otro mientras cantaba una canción que seguramente ya nadie recordaba. Siempre traía una botella vacía y hacia como sí bebiese, sin ningún líquido que beber. El tiempo y la edad le habían pasado factura y su anterior pelo negro había sido reemplazado por un gris deteriorado. El nunca paraba de reír y de cantar canciones olvidadas hasta que se caía en el parque y no de levantaba. Empezaba a contar las historias de todas las estrellas, y las muertes de muchas de ellas. Se inventaba una historia triste para cada una y otra feliz que nivelara. Yo sabía que no estaba borracho. El sabía que no estaba borracho. Que no había ningún licor en la botella. Pero el fingía que sí. Aunque supongo que eso es lo que los humanos hacen; fingir que son cosas que no son. 
Tantas historias tristes y melancólicas, tantos recuerdos felices e increíbles que he podido contemplar. Primeros besos, declaraciones, nacimientos, pérdidas, olvidos, tristezas... Tantas cosas insignificantemente grandes. Y más que vendrán. Supongo que el olvido sería lo mejor. Olvidar a aquella chica, al chico de la sonrisa rota, al falso borracho... Pero yo no quiero olvidar. Los recuerdos nos hacen recordar que somos realmente y porque somos lo que somos. 

lunes, 13 de mayo de 2013

Vejez.

Me despierto en medio de un mar de sudor y mis huesos crujen. Me vuelvo a tumbar hasta que el dolor desaparece y me enderezo. Miro la foto que descansa en la mesa, a mi lado, y me paralizo. En esa foto ella podía tener unos diecisiete años. La había tomado yo. Ella ni siquiera se dio cuenta de que se la tomé. Pero aún así era la persona más hermosa del mundo. Sonreía de una forma tan timida mientras miraba a la nada que podría ser un ángel.   Un dolor me atraviesa el alma y me digo a mi mismo que me levante. Y así hago. No puedo soportarlo. Camino por el largo pasillo y me detengo en el salón. Los recuerdos vienen a mi mente como flashes y me agarro al marco de la puerta para no caer. En esta casa empezó mi vida. Y en esta casa acabo aquel oscuro día de octubre. Esa fecha me aplasta la cabeza hasta tal punto que acabo llorando desolado. No entiendo como una simple fecha puede afectar tanto a una persona. Pero para mi no es una simple fecha. Es la fecha de la muerte de la única persona que he amado. La muerte de mi alma. Pero entonces el dolor de mi edad me saca de mi trance y me dirijo al mueble donde guardo las pastillas. Me las tomo y sentir y me prometo que hoy será un día bueno. Aunque yo ya se que eso no será así. La soledad me bombardea cada dia haciendome sentir mas viejo. Me encuentro en un planeta lleno de seres humanos y aun asi lo unico que siento es dolor y soledad. Ni siquiera mis propios hijos intentan quitar esta soledad. Nadie. Y asi es mi vida de anciano. Todos los días la misma rutina. Me levanto. Veo la foto de Grace. Me tomo las pastillas. Me siento en el sofá. Y ahí me quedo, pensando y recordando todos esos recuerdos que me acuchillan el alma. Y ese dolor que nunca cesa. Pero supongo que de esto trata la vejez. Recordar todo lo vivido y sufrir en silencio lo perdido. 

Y entonces la vi.

Ahora que estoy sentado en esta vieja silla que chirría mirando a la nada que se extiende por mi habitación, me doy cuenta de lo solo que estoy. Y lo peor incluso, es que siempre lo he estado. He caminado durante horas por calles y avenidas repletas de personas pero aún así un vacío me ha llenado de tal modo que me costaba caminar. La nada que me rodea me abruma por completo alejandome de mi mismo y del mundo en el que vivo. Aunque claro esta, la nada siempre ha vivido en mi, así que supongo que ya es una rutina soportada. Pero a pesar de ello, me alejo de ella. Las calles estaban medio vacías, las farolas medio apagadas, y yo lo único que pude sentir es la más profunda soledad. Metí las manos en los bolsillos para restablecer el peso de mis brazos que en ese momento parecía pesar toneladas, y seguí caminando sin rumbo. Empece a sentir curiosidad por la gente que caminaban en la calle. Algunos parecían que tenían prisa, otros que tenían todo el tiempo del mundo, otros estaban borrachos, otros desearían estarlo, otros que parecían no tener rumbo como yo... Y entonces la vi. Acababa de salir de una  librería que parecía estar abierta casi las 24 horas del día. No dejaba de sonreír a la bolsa de la librería que agarraba como sí se la fuesen a arrebatar. La poca luz de las farolas proyectaba unos rayos dorados en un cabello y por un momento pensé que estaba soñando. Pero no era así. Siguió caminando, y me di cuenta de que era en mi dirección. Me quede parado, sin dejar de mirarla. Ella empezó a cantar para sí mientras sacaba el libro y sonreía a la cubierta. Y levanto la mirada. Sus ojos dorados me atravesaron el alma como cuchillas, y me sonrio. Y en ese momento, supe que ya nunca más volvería a sentirme solo. 

sábado, 11 de mayo de 2013

Y ahora pienso.

Ya he madurado. He dejado las muñeca por los libros, el parque de juegos por la biblioteca, las heridas en el parque por las heridas en el corazón,... Yo ya no soy aquella niña sonriente que fui. Ya no son tan fuerte como para levantarme después de la caída. Ya no soy nada. Sólo soy una niña frágil que creció demasiado rápido. Ayer yo estaba corriendo con mis amigos en el parque, siendo mi única preocupación que el que la quedaba no me pillase. Hoy estoy encerrada en mi cuarto con el rostro enterrado en un libro rogando que el profesor tenga un accidente para no tener examen. Y mañana probablemente este del mismo modo. El tiempo me aviso de lo que se avecinaba pero no le eche cuenta y ahora lo he perdido todo. El tiempo me aviso de que ya me quedaba poco tiempo y ya no me queda nada. El tiempo me ha aplastado sin aviso y me ha devuelto a la realidad. Y ahora me doy cuenta de todo lo que he perdido y lo poco que he ganado. Mi habitación se ha convertido en mi guarida, mi soledad en mi fortaleza, mis amigos en desconocidos, mis heridas en mis recordatorios del dolor, mis lágrimas en mi dolor. Esto es lo que soy. Esto es lo que siempre he sido. Pero he sido camuflada por el tiempo demasiado tiempo, hasta que por fin me ha destapado y me ha mostrado lo que siempre he sido y lo que soy ahora. Una niña frágil caminando por un mundo peligroso que no conoce. 
---------------------
      Rosa <4
Gracias por todo.

Escaparates

A veces siento que mi vida es un escaparate. Que alguien cada cierto tiempo lo redecora. Cada escaparate es diferente. El primero fue hermoso. Lleno de felicidad e inocencia. Lleno de globos y muñecas que te hacían sonreír. El segundo escaparate ya no era tan inocente. Había un poco de sangre y lágrimas en un suelo lleno de tierra. Unos miedos que te hacían gritar de terror. Unos amigos que a veces estaban y otras veces no, como si de fantasmas se tratase. Un nuevo ser que llegaba al escaparate con poco pelo y manos pequeñas mientras lloraba. El tercer escaparate ya era más oscuro. Las lágrimas habían aumentado, inundando lo todo. Los fantasmas ya desaparecían más, y algunos no volvían. El nuevo ser había cambiado convirtiéndose en alguien con el que te peleabas. Había muchos libros amontonados en una esquina, esperando a que alguien los lea, mientras los exámenes montaban guardia para que nadie los leyera. La soledad era la luz que iluminaba el escaparate. Y así seguirá mi escaparate. Hasta qué un día desaparezca, y yo desaparezca con el. 

Clones.

El mundo ya no es lo que hace años fue. Ahora los seres humanos son clones. Visten igual, hablan igual, piensan igual. Ya nadie sigue sus propios gustos ni sus propios pensamientos. Saben lo que decir, que no decir, que ponerse, que no ponerse, que hacer, que no hacer... Pero entonces alguien sale de su trance y piensa diferente. Ya no actúa como odia los demás actúan. Ya no piensa como todos los demás piensa. Y a pesar de los clones que en este mundo gobiernan esa persona es libre. 

Y sobrevivimos

Caemos tantas veces a lo largo del día que ya ni siquiera nos levantamos. Lloramos por las noches hasta que el sueño nos encuentra y nos dormimos llorando. Tenemos más razones para vivir que para morir. Nos sentimos solos aún estando rodeado de gente. Nos quedamos mirando a las personas felices y deseamos que esa persona seamos nosotros. Pero un día nos levantamos, y aparece una razón por la que vivir. Para algunos puede ser una tontería, algo tan insignificante que vale la pena darle importante, pero para nosotros nos basta. Y ya no todo es tan oscuro. Ya no nos caemos tanto. Ya no nos quedamos mirando a las personas felices sino que ya nos hemos convertido en las personas felices. La muerte ya no es tan atractiva. Volvemos a ser seres humanos. Y entonces sobrevivimos.