lunes, 16 de junio de 2014

yo muero

Yo muero,
Cuando caes y no te agarro,
Cuando despiertas y no estoy,
Cuando te rompo el corazón y no hago nada.
Yo muero,
Pero tú no vives.

Pareces tan lejos, tan difícil de alcanzar,
Tan imposible
                          (Imposible como el calor en invierno y tus abrazos sin pedir nada a cambio)
O tal vez la que está tan lejos soy yo,
Tal vez me alejé,
Tal vez solo corrí sin rumbo,
Tal vez me quedé quieta y el mundo corrió por mí.

Yo muero,
Así que agárrame,
Mátame,
O acaba con la pena de este mundo,
Lo que sea, cualquier cosa,
Pero no me dejes sola.
Porque no vivir pero no sé respirar sin tus besos.
Que estoy quebrada, lo sé,
Estoy compuesta de los restos de lo que fui,
El sol se alza y no me saluda,
Todos saben que soy una causa perdida.
Perdida sin causa, perdida sin vida. 
R
    o
         t
              a
Así que déjame caer,
Cáeme hasta que no pueda más.
Que la vida es dura, y tus ojos son fríos
Y duelen, cuando te alejas.
Yo muero,
En el mundo de hielo de tus ojos,
Sin vivir. 

domingo, 8 de junio de 2014

Mi amiga, Moon.

Hubo una vez, una tarde, en la que una persona dijo una cosa que se coló por mis huesos y se quedó impregnada en mis pulmones (como aire, como dolor). 
Una cosa como esas frases que te dice tu madre que son la misma realidad, sin adornos ni arreglos. 
                                           La luna es solo para enamorados, 
                                                    y tu no eres para mí. 
Sí, tan solo fue eso, pero me dejó trastornada después de leerlo. ¿Locura, tal vez? Hay personas que se convierten en locos y otras que antes de nacer están predestinadas a serlo. Yo soy del segundo tipo. 
La persona que lo escribió es algo que dicen por ahí como alma gemela. Podemos parecer ser muy diferentes, tan diferentes como la luna y el sol, pero por dentro estamos hechas del mismo cielo. 
Sí, mi Marlene, al final resultó ser todo verdad. Tu eres Moon, y yo soy Sun, pero habitamos en el mismo cielo, cariño (no lo olvides). 
La luna es solo para enamorados, pero yo estoy enamorada de tus palabras, Moon.
Tan sólo cabe decir esto. Hay personas en el mundo que pueden parecer poca cosa, pero si rebuscas encuentras un universo dentro de ellas. Yo encontré uno dentro de Moon, (y eso que ella decía que estaba vacía). 
No hay mejor sonido que el rasgueo de una guitarra y una voz llena de todo el día de tu cumpleaños. Puede que sea poca cosa pero mi amiga me ha salvado sin llegar a saberlo. 
Y sí, estoy loca, pero la quiero. 
La luna es solo para enamorados, y yo estoy vacía, pero aun así no puedo evitar mirarla y pensar: eres preciosa. 
Hubo una vez, una tarde, en la que conocí a una persona, una persona que escondía un universo, una persona que vivía en mi mismo cielo. 

                                                                          MOON




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Este texto está dedicado a Marlene Odell, también llamada Moon. 
Te lo debía, amiga. 
Gracias por existir. 

lunes, 28 de abril de 2014

Para qué mentirnos


Creería que el amor es para siempre si no viese todos los días por la calle personas divorciadas con la mirada perdida.
Creería que la vida es justa si no viese a ladrones y asesinos sueltos sin pena ni gloria.
Creería que hay un sitio para mí en este mundo si no viese tus brazos ocupados por otra, otra con una luz más brillante que la mía
                                      (yo ya perdí mi luz hace mucho tiempo, y no la echo de menos)
Creería que puedo seguir adelante si no me encontrase en este pozo sin fondo ni salida,
allí donde me dejaste,
para qué mentirnos.
Creería que todo puede ser mejor si este mundo no fuese de esta manera, pero no existe otra.
Las personas se divorcian y se van,
los asesinos se escapan y se cubren con caras humanas por las calles,
alquilas el hueco de tus brazos a cualquiera con una sonrisa bonita y unos pensamientos vacíos,
toqué fondo y el fondo me ha comido.
Quiero creer muchas cosas, todas sueños sin retorno, pero yo vivo de sueños y tu de caricias;
y dijiste que no éramos tan diferentes,
pero ni siquiera cerramos los ojos de la misma manera.
Volvería el tiempo atrás sin pensarlo dos veces, si el tiempo de atrás fuese mejor que este,
para qué mentirnos.
                                                                   (el mundo está hecho de mentiras)

domingo, 13 de abril de 2014

Mi último adiós.

Esto es una despedida. Y la cosa sobre las despedidas es que son dolorosas, incluso pueden llegar a ser catastróficas (porque hay adioses que nunca volverán a convertirse en holas). Así que esto, querido amigo, nuestra despedida, va a ser dolorosa, y no tendrá un final feliz.
 Ahora te diré un secreto: los finales felices no existen. Todo aquello que nos vendieron aquellos dibujos animados no son más que pura palabrería con el único fin de engañar a los niños para que no se den cuenta de lo que verdaderamente el mundo es: una mierda. A lo largo de los años el mundo ha ido empeorando cada vez más rápido y nadie ha hecho nada para evitarlo, todos estábamos ajenos a lo que pasaba. Nuestra única preocupación era llegar a la hora justa para trabajar, hacer todos los trabajos, no olvidar comprar el pan, que se acabe la gasolina del coche… Preocupaciones que no valen una mierda pero para que nosotros supone el cambio entre estar bien y tener estrés. Por la mañana todos nos levantamos, desayunamos, nos vamos a donde quiera que tengamos que ir y volvemos por la noche a dormir; hacemos todo eso, nuestra mente se colapsa de todas esas cosas y nos quedamos atrapados en el lugar que creemos tener. El mundo se estaba corrompiendo mientras nosotros estábamos untando mantequilla en una tostada. Muchas personas estaban matándose entre ellas mientras un hombre con traje contaba sus fajos de billetes en su chalet de
Marbella. Una  madre veía morir a su hijo de hambre mientras un grupo de jóvenes fumaban en el parque y tiraban toda la basura contra los árboles.
Así va el mundo, querido amigo, así vamos. (A saber cómo vamos a acabar).
Como puedes ver, tengo razones suficientes para irme. No nacemos para vivir una vida que no queremos. Ya sé que no te dan a elegir, cuando estás en el vientre de tu madre, dentro no hay una barra de bar con un menú en un folio plastificado donde puedes elegir como quieres que tu vida sea y ellos te la preparan y te la sirven en una bonita bandeja con una servilleta para limpiar la mierda sobrante y un postre.  Nadie va a arreglarte la vida, están demasiado ocupados intentando hacer de la suya algo que valga un poco la pena, sólo un poco (aunque todos sabes que eso es imposible).
A todo esto, te doy un consejo: sé libre. Corre por tus sueños, no te tragues las cosas que sabes que te van a hacer daño después, cumple lo que una vez te prometiste a ti mismo, haz lo que quieras, actúa como tú quieres actuar y deja atrás los <¿Y sí…?>.  Lucha, ama, llora. Vive. Y sobre todo, equivócate. Tantas veces como puedas, de todas las maneras posibles. Pero eso sí: cuando cometas un error, no lo veas como una debilidad, míralo como una nueva razón para ser fuerte. No somos débiles porque nos equivocamos, somos humanos. Equivocarnos nos hace humanos, porque eso es lo que somos. Y si nunca te has equivocado entonces, querido, me temo que no eres de este mundo. Vive del modo en el que quieres vivir, no en el modo que todos quieren que vivas. No les perteneces, a nadie, ni a ti mismo; eres demasiado libre como para pertenecer a algo si quiera.  Perteneces al viento, a las hojas que abandonan los árboles, al cielo, a las estrellas.
Me temo que el final, mi final, se acerca. No he vivido mucho, pero sí lo suficiente como para saber que no vale la pena vivir mucho más. Me voy sabiendo que nadie va a derramar una lágrima por mí cuando ya no esté, nadie va a recordarme ni va a contarle a sus amigos mis hazañas (mis hazañas sólo las sé yo, y así se va a quedar). No he hecho nada importante que se quede impregnado en el mundo, sólo he intentado buscar el lado bueno de las cosas aunque no había ningún lado, ni bueno ni malo. Y eso me ha llevado a darme cuenta de que no hay lado bueno, a veces hay salida y otras no. Y no siempre es fácil encontrarla. He vivido una vida que no quería y no sabía cuál era la verdadera razón de vivir, y todavía sigo sin saberla. Pero al final he encontrado la salida que siempre he deseado: la muerte.
No le tengas miedo, no tienes por qué hacerlo. No es tan mala como dicen, no tiene una guadaña puntiaguda y amenazante como la representan. Ni siquiera tiene una capa negra. No es ni siquiera material. La muerte es parte de nosotros, de ahí que los humanos tenemos ese lado violento y peligroso. La muerte somos nosotros mismos.  Por esa razón los humanos nos hemos estado matando entre nosotros desde el principio de los tiempos. Nosotros somos el esqueleto con capa negra y guadaña.
Somos lo que nos mata, por eso yo me he matado a mi misma.
Solo espero que tú, seas quien seas, te des cuenta de la verdad y no cometas mis mismos errores.

Esta es una despedida, así que me despido. (Para siempre). 

sábado, 12 de abril de 2014

Somos canciones que nunca nadie cantará.

A todo aquello que deseé, bebo hoy. Levanto esta copa y la choco contra la pared, un chinchín improvisado y mal hecho (pero qué más da).
Probablemente ahora esté borracha, o tal vez no. De nuevo digo: y qué más da. A estas horas de la noche sólo estamos despiertos los borrachos sin alma ni corazón. Y sí, he dicho estamos porque estoy dentro del grupo. Debería avergonzarme, pero me siento libre. Mis días de humana ordinaria pasaron como un tren rumbo a la siguiente parada y se fueron como las hojas abandonan a los árboles en otoño. En aquel entonces yo era la chica que vestía faldas impresas de flores y tú eras el chico de la sonrisa traviesa y los brazos pintados. Yo surcaba tantas veces el mar de tus labios y recorría con la punta de los dedos la tinta de tus brazos, tú te metías tantas veces debajo de mis faldas. Y reías, te troncabas de risa tu solo, sin dar explicaciones, y decías: tienes las piernas que todo hombre quiere llegar a acariciar una vez en su vida. Siempre he pensado que mis piernas eran feas, pero tú vivías para ellas. Solías reproducir en ellas los tatuajes de tus brazos, y luego eras tú quien los borraba en la bañera, murmurando una y otra vez que me has roto. (Y lo hiciste). Nos rompimos mutuamente porque no teníamos nada mejor que hacer. Porque hacer el amor no nos llenaba, al contrario, nos vaciaba más por dentro. Y nos sentíamos fantasmas de un mismo pasado. Ya no buscabas mi mano entre las sábanas, sólo buscabas mis labios y mis besos, necesitando la salvación que nunca llegó.
Estábamos locos, locos de atar, porque así nos hizo el mundo.  Nos importaba una mierda la sociedad y sus normas, lo único  importante era la luna y los lunares de mis piernas. Tú cantabas aquellas canciones sobre la soledad, canciones muertas que ya nadie recuerda pero que tú sabías incluso sus puntos y sus comas. Recuerdo tu voz dormida cantando mientras soñabas despierto.
You make me wanna live, another life
But I feel so tired today, I don’t want lose this time
So I’m gonna disappear, just like you did
Just to kiss you again, one more time
Till I die.

Esa canción fue mi perdición, y todavía lo sigue siendo. Los ecos de mi antigua alma canturrean aquella letra como si fuese suya (es tuya). Nosotros no lo sabíamos, pero éramos almas sin retorno ni hogar. Y aunque queríamos encontrar una casa en la boca del otro estábamos vacíos. Y la chica que vestía faldas impresas de flores no volvió a vestir faldas (porque no había nadie que se pudiera meter debajo). Y el chico de la sonrisa traviesa y los brazos pintados no volvió a sonreír más (porque no había nadie que besara su sonrisa ni que recorriese sus tatuajes con las puntas de los dedos). Perdimos nuestras almas y nuestros corazones en aquellas noches en vela sin amor ni canciones sin vida.
Al final nos hemos convertido en nuestras propias canciones.
Pero, a pesar de tus canciones, nadie las cantará.
Porque somos canciones muertas.

Y bien sabemos, tú y yo, que al final los muertos acaban en el olvido. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Sábado

Se había convertido en rutina ir todos los sábados a aquel café a las afueras de la ciudad. No es que tuviese algo especial, ni que el café que ponen fuese el mejor del mundo; sino que la veía. Nunca tenía que esperar demasiado hasta que ella aparecía tras el cristal y entraba. Una cosa que nunca he sabido es como hacia esa entrada, como si el sol solo la alumbrase a ella y todo estuviera a oscuras. Nunca miraba a nadie, iba directa a su mesa y se sentaba sin mirar atrás. Sin mirarme a mi. 
Un día, específicamente un sábado, estaba sentado en mi misma mesa del café pensando mil maneras de hablar con ella cuando me di cuenta de que ella me miraba. Nos quedamos largo rato mirándonos hasta que ella sonrió y siguió dibujando. Era mi luz verde. Me levanté dejando el café enfriarse en la soledad y me encamine a su mesa, sin despegar los ojos de ella. 
-Eh, hola, soy Adam.-fueron las palabras más duras de mi vida. 
Ella dejo a un lado el lápiz de dibujo y me miro:
-Yo Leah. 
Fueron las dos horas más hermosas de mi vida. No paramos de hablar en ningún momento, ni siquiera cuando mi teléfono empezó a sonar. 
A penas escuché el sonido del teléfono, lo único que resonaba en mi cabeza era su risa. Una risa que no olvidaré jamás. Era armoniosa y contagiosa a la vez, yo no podía parar de reír por ella. Y es que nos reíamos por cualquier cosa, como locos. Pero no nos importaba. Estábamos ajenos a todo lo que nos rodeaba. Sólo éramos nosotros. Por lo menos eso sucedía para mi. 
Mientras ella hablaba no pude evitar echar una ojeada a su cuaderno de dibujo, escondido tras el servilletero. La sorpresa me inundó y empecé a volar. En el cuaderno doblado, sobre la primera página, un rostro familiar me miraba. Mi rostro. Parecía como sí me estuviese mirando en un espejo. Mis rasgos eran iguales, los mechones de mi pelo estaban colocados de la misma manera y mi ojos tenían un brillo extraño. El dibujo se representaba en mi mesa, con mi café solitario en mi mano, yo echado hacia delante, observando. Observándola.  
El miedo me recorrió la espalda como sí de una cuchilla de hielo se tratase. Ella sabía que yo la observaba, y eso conllevaba que supiera que iba todos los sábados a ese café en concreto solo para verla. La vergüenza me lleno por completo y ya no supe que decir ni que hacer. ¿Qué pensaría ella de mi? ¿Sólo es un loco que se aburre? ¿Probablemente sea un acosador? Miles de posibles pensamientos suyos me usurparon la mente y me fui ocultando más en mi silla. 
De repente ella dejó de hablar y levanté la cabeza. Me miraba, tan profundamente, como si pudiese mirar dentro de mi alma y saberlo todo. Como sí supiese mis sentimientos. Y, sin previo aviso, colocó su mano encima de la mía. Me quedé largo rato mirando nuestras manos juntas, incapaz de creer lo que mis ojos veían. Pero era verdad, sentía su tacto frío y suave en mi piel. Entonces hice acopio de valor y entrelacé nuestras manos. Esperé el rechazo o, incluso peor,  la bofetada. Pero nada de eso vino. Sólo escuché su risa. Después la mía. Y todo se evaporó como el aire. 

Mi rutina se los sábados siguió. Pero ya no era la misma. No me sentaba en esa mesa solo, apartado de todo, con una taza de café frío en la mano. Me sentaba en su mesa, nuestra mesa. Lo mejor no era mi cambio de lugar, sino el hecho que ya no estaba solo; estaba con ella. Todos los días se traía su cuaderno de dibujo y me dibujaba. A mi no me importaba que me tuviera que quedar quieto intentando no reír, ni que ella a veces me golpease con el lápiz por no aguantar la postura por la risa. Nada de eso me importaba. Estaba con ella. Nada más importaba. 
Un día, cuando ya estaban cerrando el café y tuvimos que irnos, una idea me traspasó la mente. Al principio no sabía como pensar, mi cerebro estaba en una encrucijada, debía hacerlo o no debía, esa era la questión. Después intenté olvidarlo. Completamente estaba loco. Ella seguramente no sentiría lo mismo que yo. 
Decidimos quedarnos un rato más juntos, así que caminamos por las ondas de luz de las farolas del parque. Parecía como sí la oscuridad de la noche y la luna se centrasen sólo en ella. Su pelo oscuro brillaba por la luz de las farolas y su rostros parecía más pálido, haciendo resaltar sus pecas. Entre aquella palidez resaltaba sus labios, de un color rosado como los pétalos de las flores, un color tan increíble que resaltaba. Entonces reaccioné. 
Paré bajo el círculo de luz de la farola y ella se paró también, extrañada. Sin apenas pensar agaché el rostro y probé sus labios. No pensé, a penas respiré, sólo podía sentirla. Ella estaba en todas partes: en mi pelo, en mi nuca, en mi mejilla, en mis caderas, en mis labios. 
Ella reaccionó también. 
- Te quiero. -susurró. 
Mi mundo se apagó, pero una luz llamada Leah resaltó entre la oscuridad. Quise gritar, hacer algo, pero no podía moverme. Ella me abrazó, y enterró su rostro en mi pecho. En un acto reflejo la protegí con mis brazos.
- Te quiero. -susurré. 
Entonces desperté entre lágrimas. 

Otra vez ese sueño. Otra vez ese recuerdo. Hace años que su luz se apagó, pero ella sigue brillando en mi cabeza. Se fue un sábado, sin decir adiós, sin darme tiempo a despedirme. Desde entonces cada sábado tengo este sueño, este recuerdo. El recuerdo de como mi amor por ella afloró y como su amor me hizo volar. Pero ya no puedo volar. Sólo vuelo en sus cuadernos de dibujo, donde en muchas ocasiones me dibujó con alas. Ya no tengo fuerzas para mirar esos cuadernos. Así que están amontonados en la mesa, abandonados, como los fríos cafés que dejé yo sobre la mesa. Y allí se quedarán, esperando a que su dueña vuelva y dibuje el mundo sobre ellos.
 Y aquí me quedaré yo, esperando que lo que se la llevó me lleve a mi también. Entonces los sábados volverán a ser lo que fueron.