lunes, 30 de diciembre de 2013

«no tengo miedo, nunca más.»

Ya empieza a amanecer. Los rayos de color ámbar y coral empiezan a fundirse con la oscuridad de la antigua noche, alumbrando el cielo. Delante de mi, en la mesa auxiliar, está mi cuaderno de dibujo lleno de paisajes y de rostros. De tu rostro, mi último recuerdo: tu tendido sobre la cama con un brazo doblado tras la cabeza, el torso desnudo y el rostro girado hacia la ventana. A la vista de cualquiera habrías parecido un ángel, quizás, pero los dos sabemos que no lo eres y que nunca tendrás alas. 
Probablemente ya habrás despertado y habrás encontrado el vacío en el otro lado de la cama. Probablemente habrás empezado a gritar y a romper todo lo que haya a tu paso. Pero no me importa, ya estoy muy lejos y no sabes hacia donde voy ni hacia donde he ido. Ya no te tengo miedo, nunca más. Hace semanas que dejé de llorar por las noches. No más lágrimas, ninguna más por ti. Al final no era tan débil como pensabas, ¿eh? Todas esas veces que me gritaste que era inservible, un trasto que se arrastra lloriqueando,se han quedado en el olvido. Ahora el trasto inservible eres tu, siempre lo has sido. A pesar de que te sientas importante y demuestres tu superioridad a base de puñetazos y moretones, no eres nada. Recuerdo el tiempo en que te amé, en que pensé que me amabas, en que pensé que todo iba a ser perfecto que había encontrado por fin el lugar donde debía estar: junto a ti. Todo empezó siendo tan perfecto: me dormía por las noches en tus brazos y tu me acariciabas el pelo hasta que era tragada por el sueño, cuando volvías del trabajo a pesar del cansancio me besabas y me sonreías. Amarte fue el peor error de mi vida. Cuando pensé que nada podía ser más perfecto vino la primera bofetada. Apenas dolió, apenas dejó marca, lo doloroso fue tu rostro, tus rasgos, tus palabras, esa voz en mi cabeza que me repetía que esto solo sería el principio. Y así fue. Cuando llegabas del trabajo ya no me sonreías y me besabas, te tirabas en el sillón y me gritabas violentamente  que te preparase la comida. Por cosas que ni siquiera había hecho me pegabas y me insultabas hasta que caías rendido en el suelo y empezabas a beber. 
Pero todo eso se acabó. Toda esas tardes en las que lloraba asustada de que volvieras se han ido. El miedo y el dolor también. Por eso te escribo esta carta que nunca enviaré. 
No soy débil, soy fuerte y ya no viviré más con miedo. Ahora te has quedado solo,  sin nadie a quien le importes, como yo lo estuve tantos años. 
En cuanto el tren pare, quemaré esta carta y mis dibujos. Veré tu rostro arder, y no sentiré pena alguna.  
Mi peor error fue amarte, pero ya no volveré a caer en la misma piedra dos veces. 

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