El día
estaba llegando a su fin. Las personas llegaban a casa después de un duro día
de trabajo, los jóvenes terminaban sus tareas de aquel día. Cada uno de ellos
tenía una acción distinta, pero el fin era el mismo: dormir. Con forme la
oscuridad se extendía, devorando los pocos rayos de colores que quedaban, las
personas se preparaban para descansar. Aunque también algo más se preparaba
para la noche, algo que los humanos, con sus mentes lógicas y aterrorizadas
ante lo diferente, nunca podrían aceptar.
La
historia comienza así.
Jay, un
niño de trece años con una mente demasiado llena y un cuerpo demasiado vacío,
no veía que se acabasen los deberes. Cuando por fin terminaba una actividad,
miraba la agenda y se daba cuenta de aún le quedaban otras siete que terminar.
Así se pasó la tarde, con muchos momentos de exasperación, en los que empezaba
a dar vueltas por su habitación con su silla en un intento de evadirse de la
succión de alma que para él eran los deberes. Su madre llegó a casa justo
cuando cerraba por fin el cuaderno para no abrirlo hasta el día siguiente.
Entonces bajó las escaleras y cenó, intentando tener una conversación con su
madre que nunca parecía empezar. El tiempo pasó, y Jay agarró su libro y se
metió entre las mantas de su cama. Así se pasó unas horas, por fin en el mundo
donde le gustaba estar, hasta que el sueño le empujaba los párpados. Entonces
cerró el libro y apagó la luz, aún con los momentos vividos a través de las
páginas en su cabeza.
El sueño
no tardó en venir, y, de tal manera, él tampoco.
Él era, entre muchos más como él,
aquello que la mente lógica y atemorizada de los humanos no podía aceptar. Él era un ser con forma, con una mente,
con unos sentimientos, como nosotros. Sin
embargo, los humanos rechazan todo aquello que no encaja en sus estructuras
lógicas, por ello ni siquiera fueron capaces de imaginar su existencia. A lo
largo de la historia, muchas teorías han surgido sobre cómo surgen los sueños,
aunque la respuesta estaba mucho más lejos de cualquier palabra pensada. Él y los muchos otros eran la causa de
los sueños, los creadores de sueños,
por así decirlo. De noche, cuando la oscuridad brillaba y las personas dormían,
ellos salían y se mezclaban en la
mente de las personas para inyectar los sueños en base a sus pensamientos.
Eso era
lo que él tenía que hacer cuando
llegó a la habitación del niño. Durante toda su existencia, había creado sueños
para toda clase de personas, y sin embargo, este niño, tan simple y corriente,
era toda una incógnita para él. Alargó la mano y la posó sobre la frente del
niño, y, un segundo después, estaba en su mente.
Nunca
había visto algo igual.
La mente
de Jay, el niño de trece años con una mente demasiado llena y un cuerpo
demasiado vacío, era un nuevo universo. La mente de las personas se basaba en
imágenes que se movían dentro de un enorme remolino, de modo que muchas se
quedan, pero otras, por el movimiento, se despegan y se olvidan. Sin embargo,
en la mente del niño no había un remolino, ni cartillas, como en otras; había
planetas, estrellas, soles, toda clase de mundos que se movían según su
voluntad propia. Él no comprendió como
podía existir todo eso en un niño, pero después sí comprendió que estaba ante
una persona especial. No era lo que tenía que hacer, ni mucho menos lo que
debía, pero no pudo evitarlo. Se tomó su tiempo pasando por cada uno de los
planetas, admirando su tierra, sus secretos guardados en las raíces de los
árboles, y poco a poco, conforme fue recurriendo y recurriendo el universo que
era la mente del chico, fue comprendiendo todo lo que él era. Y comprendió por
segunda vez, que estaba ante una persona especial.
Llegó la
segunda noche, Jay siguió atascado en su rutina, y él lo observó mientras. No podía comprender como ese niño podía
albergar todo eso y nadie darse cuenta. Observó a la madre, existente e
inexistente a la vez, demasiado centrada en su trabajo como para pararse a
mirar a su hijo. Aunque lo que más le dolió es que no había nadie más, un
amigo, un vecino que se preocupara por él, un familiar… El niño estaba
completamente solo (tal y como él) y
la soledad le había hecho invisible.
El niño,
después de leer, guardó el libro debajo del colchón y se acurrucó contra la
almohada. En cuanto Jay cerró los ojos él
se metió en su cabeza y quedó sorprendido por lo que vio: los planetas que
ya también conocía habían cambiado. Las imágenes se reflejaban de manera
diferente, más como reflejos de un espejo que como anteriormente con troncos de
árboles. Entonces lo comprendió: el niño cambiaba su mente con cada historia
nueva que leía, como si quisiera encajar las nuevas imágenes de la historia en
su mente pero para conseguirlo tuviera que reorganizarlo todo.
Los días
transcurrieron, el niño dormía por primera vez en su vida sin sueños y él vagaba
cada noche entiendo los mundos, que cambiaban cada cierto tiempo.
Sin
embargo, un día, la vida del niño cambió. Cuando llegó a casa no se sentó en su
silla para hacer los deberes; se ovilló en un rincón y se puso a llorar. Él, que siempre estaba observando, no
comprendía qué estaba pasando. El niño siguió llorando en silencio, porque
sabía que su madre estaba abajo en su oficina y no quería que lo escuchase.
Entonces sucedió algo en la existencia de él
que nunca había pasado: sintió impotencia, porque el niño, su niño, estaba triste y desolado y no
podía hacer nada. Quería hacerle entender que era especial, que su soledad no
era merecedora, que él era mucho más.
Así que hizo una cosa.
Esa
misma noche, el niño se quedó dormido llorando, y al segundo él entró en su mente como de costumbre,
solo que esta vez no caminó por la mente ahora cambiada; hizo lo que tenía que
haber hecho desde el principio: crear un sueño.
Y ese
sueño era él.
Tomó su
tiempo para crear su propia forma, siguiendo los pensamientos del niño que
caían como lágrimas del cielo de los planetas, de modo que no le asustase o le
disgustara, y despertó al niño en su mente, para que lo viera.
-
¿Quién
eres? – preguntó el niño.
-
No
tengo nombre – confesó la criatura que él
era.
El niño
lo miró dubitativo, como si estuviera considerando si estaba mintiendo o no.
-
Todo
el mundo necesita un nombre, así que te llamaré… Ren- los ojos del niño se
iluminaron cuando el nombre apareció, y la criatura pensó que no había visto algo
tan puro.
-
Si
ese quieres que sea mi nombre, mi nombre será.
El niño
sonrió entonces y susurró:
-
Ren.
Los
días pasaron, justo como antes, sin embargo, el niño no volvió a llorar y los
libros se quedaron abandonados bajo el colchón, porque ahora Jay tenía otra
prioridad: soñar para ver a Ren.
Él se ocupaba de que cada encuentro
sea completamente diferente, de modo que el niño viviera toda clase de
experiencias. Paseó sobre una nube con él por un cielo de toda clase de
colores, bucearon sobre un mar donde podían respirar, rodaron sobre montañas
que eran tan blandas como almohadas… Cada noche era un lugar diferente, y el
niño, por primera vez, era totalmente feliz, justo como él.
Sin
embargo, la vida del niño no cambió fuera de los sueños, de hecho, empeoró. Un
día Jay llegó a casa, pero su rostro había cambiado, ya no tenía la luz que
antes portaba, porque sabía que aquella noche iba a ver a su amigo. Sus ojos
estaban llorosos y su boca estaba llena de un líquido rojo. En vez de sentarse
en su silla, se tumbó sobre la cama, y se quedó dormido. Su amigo acudió sin
pensárselo dos veces a su llamada.
En
cuanto él apareció, el niño se
abalanzó sobre él y lo abrazó, con sollozos arañando su garganta para salir. La
criatura lo protegió con sus brazos y le pidió al niño una explicación, que fue
muy simple: los niños son crueles, y atacan a lo diferente, y él lo era. La
criatura creó una colina de algodón y se recostó en ella con el niño aún en sus
brazos.
Él intentó mejorar su vida, de
verdad que lo intentó, pero la vida se metió de por medio.
El
niño no dejaba de llegar a casa con heridas o con lágrimas, y, todos los días,
en vez de hacer los deberes, se acostaba y se resguardaba en su amigo, el único
lugar donde se sentía seguro. Él no
sabía qué hacer. Las notas del niño estaban bajando y apenas comía, porque
pasaba casi todo el tiempo en su casa soñando. Lo peor de todo es que nadie se
daba cuenta. La madre seguía sin mirar a su hijo, los profesores culpaban al
niño por no trabajar y no se daban cuenta de sus heridas, los niños seguían
siendo crueles.
Un
día, sin embargo, todo se vino abajo.
El
niño llegó corriendo a casa roto por las lágrimas con sangre cayendo por su
nariz y manchando su boca, cerró la puerta de un portazo y corrió a su cama,
poco después llegó con su amigo y lo abrazó mirándolo a los ojos:
-
Por
favor, déjame quedarme contigo, para siempre, aquí, no puedo volver ahí afuera,
no quiero volver, por favor…
La
criatura no sabía qué hacer, veía la desesperación en los ojos del niño y no
podía apartar la mirada. Él también
había estado solo, durante demasiado tiempo, y no podía dejarle a él en la
soledad. Lo sabía, sabía que si seguía así lo peor pasaría y la vida del niño
llegaría a su fin, y entonces nunca más podrían volver a verse y el niño
desaparecería. Y no podía dejar que eso pasara.
Así
que agarró la cara del niño con una ternura que hizo que el niño dejara de
llorar y preguntó:
-
¿Quieres
quedarte conmigo?
El
niño asintió, sin dudarlo.
-
Sabes
que si te lo haces, no volverás ahí fuera, ¿verdad?
El
niño volvió a asentir.
Y
la criatura lo abrazó.
Nadie
sabe lo que pasó, por mucho que la policía buscara rastros de huellas, o
interrogara a personas, o mirase en cámaras de seguridad, por mucho que
buscaran un culpable. La madre salió de su oficina aquella noche y cuando se
acercó al cuarto de su hijo miró, por fin, pero lo que vio no fue lo que
debería haber visto todo ese tiempo: el cuerpo de su hijo, inerte, sin vida. Entonces fue cuando se dio cuenta de lo que
había perdido.
El
tiempo pasó, y nadie supo encontrar explicación. Con el tiempo, los profesores
confesaron que habían visto heridas en el niño, procedentes de otros alumnos.
La policía interrogó a la madre y ella confesó que nunca le había prestado demasiada
atención y que debería haberlo hecho si hubiera sabido que iba a pasar eso (¿quién lo hubiera podido saber?). La
única explicación que pudieron encontrar entonces fue el suicidio.
El
mundo que antes le había hecho llorar lloró por él, y todos lo recordaron como
si lo hubiesen querido desde el primer día. Las noticias se llenaron del “niño que
se suicidó” y todos los veneraron como si fuera un santo. Fue utilizado como víctima del odio del mundo,
y muchos reivindicaron en su defensa. No
más niños suicidas, gritaban. Hasta que
alguien no muere, el problema no es real en este mundo. Con el tiempo, el mundo
olvidó, y el niño que se suicidó se convirtió en otra historia más.
Mientras
tanto, una criatura y un niño que ahora eran un único ser, viajaban cada noche
a sitios diferentes para introducirse en la mente de las personas y crear
sueños, y en ellos se separaban para ser lo que eran: un niño y una criatura, y
allí creaban sus propios mundos en forma de sueños.
La
historia acaba aquí, y una nueva empieza.