lunes, 2 de enero de 2017

el niño y la criatura

El día estaba llegando a su fin. Las personas llegaban a casa después de un duro día de trabajo, los jóvenes terminaban sus tareas de aquel día. Cada uno de ellos tenía una acción distinta, pero el fin era el mismo: dormir. Con forme la oscuridad se extendía, devorando los pocos rayos de colores que quedaban, las personas se preparaban para descansar. Aunque también algo más se preparaba para la noche, algo que los humanos, con sus mentes lógicas y aterrorizadas ante lo diferente, nunca podrían aceptar.
La historia comienza así.
Jay, un niño de trece años con una mente demasiado llena y un cuerpo demasiado vacío, no veía que se acabasen los deberes. Cuando por fin terminaba una actividad, miraba la agenda y se daba cuenta de aún le quedaban otras siete que terminar. Así se pasó la tarde, con muchos momentos de exasperación, en los que empezaba a dar vueltas por su habitación con su silla en un intento de evadirse de la succión de alma que para él eran los deberes. Su madre llegó a casa justo cuando cerraba por fin el cuaderno para no abrirlo hasta el día siguiente. Entonces bajó las escaleras y cenó, intentando tener una conversación con su madre que nunca parecía empezar. El tiempo pasó, y Jay agarró su libro y se metió entre las mantas de su cama. Así se pasó unas horas, por fin en el mundo donde le gustaba estar, hasta que el sueño le empujaba los párpados. Entonces cerró el libro y apagó la luz, aún con los momentos vividos a través de las páginas en su cabeza.
El sueño no tardó en venir, y, de tal manera, él tampoco.
Él era, entre muchos más como él, aquello que la mente lógica y atemorizada de los humanos no podía aceptar. Él era un ser con forma, con una mente, con unos sentimientos, como nosotros. Sin embargo, los humanos rechazan todo aquello que no encaja en sus estructuras lógicas, por ello ni siquiera fueron capaces de imaginar su existencia. A lo largo de la historia, muchas teorías han surgido sobre cómo surgen los sueños, aunque la respuesta estaba mucho más lejos de cualquier palabra pensada. Él y los muchos otros eran la causa de los sueños, los creadores de sueños, por así decirlo. De noche, cuando la oscuridad brillaba y las personas dormían, ellos salían y se mezclaban en la mente de las personas para inyectar los sueños en base a sus pensamientos.
Eso era lo que él tenía que hacer cuando llegó a la habitación del niño. Durante toda su existencia, había creado sueños para toda clase de personas, y sin embargo, este niño, tan simple y corriente, era toda una incógnita para él. Alargó la mano y la posó sobre la frente del niño, y, un segundo después, estaba en su mente.
Nunca había visto algo igual.
La mente de Jay, el niño de trece años con una mente demasiado llena y un cuerpo demasiado vacío, era un nuevo universo. La mente de las personas se basaba en imágenes que se movían dentro de un enorme remolino, de modo que muchas se quedan, pero otras, por el movimiento, se despegan y se olvidan. Sin embargo, en la mente del niño no había un remolino, ni cartillas, como en otras; había planetas, estrellas, soles, toda clase de mundos que se movían según su voluntad propia. Él no comprendió como podía existir todo eso en un niño, pero después sí comprendió que estaba ante una persona especial. No era lo que tenía que hacer, ni mucho menos lo que debía, pero no pudo evitarlo. Se tomó su tiempo pasando por cada uno de los planetas, admirando su tierra, sus secretos guardados en las raíces de los árboles, y poco a poco, conforme fue recurriendo y recurriendo el universo que era la mente del chico, fue comprendiendo todo lo que él era. Y comprendió por segunda vez, que estaba ante una persona especial.
Llegó la segunda noche, Jay siguió atascado en su rutina, y él lo observó mientras. No podía comprender como ese niño podía albergar todo eso y nadie darse cuenta. Observó a la madre, existente e inexistente a la vez, demasiado centrada en su trabajo como para pararse a mirar a su hijo. Aunque lo que más le dolió es que no había nadie más, un amigo, un vecino que se preocupara por él, un familiar… El niño estaba completamente solo (tal y como él) y la soledad le había hecho invisible.
El niño, después de leer, guardó el libro debajo del colchón y se acurrucó contra la almohada. En cuanto Jay cerró los ojos él se metió en su cabeza y quedó sorprendido por lo que vio: los planetas que ya también conocía habían cambiado. Las imágenes se reflejaban de manera diferente, más como reflejos de un espejo que como anteriormente con troncos de árboles. Entonces lo comprendió: el niño cambiaba su mente con cada historia nueva que leía, como si quisiera encajar las nuevas imágenes de la historia en su mente pero para conseguirlo tuviera que reorganizarlo todo.
Los días transcurrieron, el niño dormía por primera vez en su vida sin sueños y él vagaba cada noche entiendo los mundos, que cambiaban cada cierto tiempo.
Sin embargo, un día, la vida del niño cambió. Cuando llegó a casa no se sentó en su silla para hacer los deberes; se ovilló en un rincón y se puso a llorar. Él, que siempre estaba observando, no comprendía qué estaba pasando. El niño siguió llorando en silencio, porque sabía que su madre estaba abajo en su oficina y no quería que lo escuchase. Entonces sucedió algo en la existencia de él que nunca había pasado: sintió impotencia, porque el niño, su niño, estaba triste y desolado y no podía hacer nada. Quería hacerle entender que era especial, que su soledad no era merecedora, que él era mucho más. Así que hizo una cosa.
Esa misma noche, el niño se quedó dormido llorando, y al segundo él entró en su mente como de costumbre, solo que esta vez no caminó por la mente ahora cambiada; hizo lo que tenía que haber hecho desde el principio: crear un sueño.
Y ese sueño era él.  
Tomó su tiempo para crear su propia forma, siguiendo los pensamientos del niño que caían como lágrimas del cielo de los planetas, de modo que no le asustase o le disgustara, y despertó al niño en su mente, para que lo viera.
-          ¿Quién eres? – preguntó el niño.
-          No tengo nombre – confesó la criatura que él era.
El niño lo miró dubitativo, como si estuviera considerando si estaba mintiendo o no.
-          Todo el mundo necesita un nombre, así que te llamaré… Ren- los ojos del niño se iluminaron cuando el nombre apareció, y la criatura pensó que no había visto algo tan puro.
-          Si ese quieres que sea mi nombre, mi nombre será.
El niño sonrió entonces y susurró:
-          Ren.
Los días pasaron, justo como antes, sin embargo, el niño no volvió a llorar y los libros se quedaron abandonados bajo el colchón, porque ahora Jay tenía otra prioridad: soñar para ver a Ren.
Él se ocupaba de que cada encuentro sea completamente diferente, de modo que el niño viviera toda clase de experiencias. Paseó sobre una nube con él por un cielo de toda clase de colores, bucearon sobre un mar donde podían respirar, rodaron sobre montañas que eran tan blandas como almohadas… Cada noche era un lugar diferente, y el niño, por primera vez, era totalmente feliz, justo como él.
Sin embargo, la vida del niño no cambió fuera de los sueños, de hecho, empeoró. Un día Jay llegó a casa, pero su rostro había cambiado, ya no tenía la luz que antes portaba, porque sabía que aquella noche iba a ver a su amigo. Sus ojos estaban llorosos y su boca estaba llena de un líquido rojo. En vez de sentarse en su silla, se tumbó sobre la cama, y se quedó dormido. Su amigo acudió sin pensárselo dos veces a su llamada.
En cuanto él apareció, el niño se abalanzó sobre él y lo abrazó, con sollozos arañando su garganta para salir. La criatura lo protegió con sus brazos y le pidió al niño una explicación, que fue muy simple: los niños son crueles, y atacan a lo diferente, y él lo era. La criatura creó una colina de algodón y se recostó en ella con el niño aún en sus brazos.
Él intentó mejorar su vida, de verdad que lo intentó, pero la vida se metió de por medio.
El niño no dejaba de llegar a casa con heridas o con lágrimas, y, todos los días, en vez de hacer los deberes, se acostaba y se resguardaba en su amigo, el único lugar donde se sentía seguro. Él no sabía qué hacer. Las notas del niño estaban bajando y apenas comía, porque pasaba casi todo el tiempo en su casa soñando. Lo peor de todo es que nadie se daba cuenta. La madre seguía sin mirar a su hijo, los profesores culpaban al niño por no trabajar y no se daban cuenta de sus heridas, los niños seguían siendo crueles.
Un día, sin embargo, todo se vino abajo.
El niño llegó corriendo a casa roto por las lágrimas con sangre cayendo por su nariz y manchando su boca, cerró la puerta de un portazo y corrió a su cama, poco después llegó con su amigo y lo abrazó mirándolo a los ojos:
-          Por favor, déjame quedarme contigo, para siempre, aquí, no puedo volver ahí afuera, no quiero volver, por favor…
La criatura no sabía qué hacer, veía la desesperación en los ojos del niño y no podía apartar la mirada. Él también había estado solo, durante demasiado tiempo, y no podía dejarle a él en la soledad. Lo sabía, sabía que si seguía así lo peor pasaría y la vida del niño llegaría a su fin, y entonces nunca más podrían volver a verse y el niño desaparecería. Y no podía dejar que eso pasara.
Así que agarró la cara del niño con una ternura que hizo que el niño dejara de llorar y preguntó:
-          ¿Quieres quedarte conmigo?
El niño asintió, sin dudarlo.
-          Sabes que si te lo haces, no volverás ahí fuera, ¿verdad?
El niño volvió a asentir.
Y la criatura lo abrazó.
Nadie sabe lo que pasó, por mucho que la policía buscara rastros de huellas, o interrogara a personas, o mirase en cámaras de seguridad, por mucho que buscaran un culpable. La madre salió de su oficina aquella noche y cuando se acercó al cuarto de su hijo miró, por fin, pero lo que vio no fue lo que debería haber visto todo ese tiempo: el cuerpo de su hijo, inerte, sin vida.  Entonces fue cuando se dio cuenta de lo que había perdido.
El tiempo pasó, y nadie supo encontrar explicación. Con el tiempo, los profesores confesaron que habían visto heridas en el niño, procedentes de otros alumnos. La policía interrogó a la madre y ella confesó que nunca le había prestado demasiada atención y que debería haberlo hecho si hubiera sabido que iba a pasar eso (¿quién lo hubiera podido saber?). La única explicación que pudieron encontrar entonces fue el suicidio.
El mundo que antes le había hecho llorar lloró por él, y todos lo recordaron como si lo hubiesen querido desde el primer día. Las noticias se llenaron del “niño que se suicidó” y todos los veneraron como si fuera un santo.  Fue utilizado como víctima del odio del mundo, y muchos reivindicaron en su defensa. No más niños suicidas, gritaban.  Hasta que alguien no muere, el problema no es real en este mundo. Con el tiempo, el mundo olvidó, y el niño que se suicidó se convirtió en otra historia más.
Mientras tanto, una criatura y un niño que ahora eran un único ser, viajaban cada noche a sitios diferentes para introducirse en la mente de las personas y crear sueños, y en ellos se separaban para ser lo que eran: un niño y una criatura, y allí creaban sus propios mundos en forma de sueños.
La historia acaba aquí, y una nueva empieza.



lunes, 16 de junio de 2014

yo muero

Yo muero,
Cuando caes y no te agarro,
Cuando despiertas y no estoy,
Cuando te rompo el corazón y no hago nada.
Yo muero,
Pero tú no vives.

Pareces tan lejos, tan difícil de alcanzar,
Tan imposible
                          (Imposible como el calor en invierno y tus abrazos sin pedir nada a cambio)
O tal vez la que está tan lejos soy yo,
Tal vez me alejé,
Tal vez solo corrí sin rumbo,
Tal vez me quedé quieta y el mundo corrió por mí.

Yo muero,
Así que agárrame,
Mátame,
O acaba con la pena de este mundo,
Lo que sea, cualquier cosa,
Pero no me dejes sola.
Porque no vivir pero no sé respirar sin tus besos.
Que estoy quebrada, lo sé,
Estoy compuesta de los restos de lo que fui,
El sol se alza y no me saluda,
Todos saben que soy una causa perdida.
Perdida sin causa, perdida sin vida. 
R
    o
         t
              a
Así que déjame caer,
Cáeme hasta que no pueda más.
Que la vida es dura, y tus ojos son fríos
Y duelen, cuando te alejas.
Yo muero,
En el mundo de hielo de tus ojos,
Sin vivir. 

domingo, 8 de junio de 2014

Mi amiga, Moon.

Hubo una vez, una tarde, en la que una persona dijo una cosa que se coló por mis huesos y se quedó impregnada en mis pulmones (como aire, como dolor). 
Una cosa como esas frases que te dice tu madre que son la misma realidad, sin adornos ni arreglos. 
                                           La luna es solo para enamorados, 
                                                    y tu no eres para mí. 
Sí, tan solo fue eso, pero me dejó trastornada después de leerlo. ¿Locura, tal vez? Hay personas que se convierten en locos y otras que antes de nacer están predestinadas a serlo. Yo soy del segundo tipo. 
La persona que lo escribió es algo que dicen por ahí como alma gemela. Podemos parecer ser muy diferentes, tan diferentes como la luna y el sol, pero por dentro estamos hechas del mismo cielo. 
Sí, mi Marlene, al final resultó ser todo verdad. Tu eres Moon, y yo soy Sun, pero habitamos en el mismo cielo, cariño (no lo olvides). 
La luna es solo para enamorados, pero yo estoy enamorada de tus palabras, Moon.
Tan sólo cabe decir esto. Hay personas en el mundo que pueden parecer poca cosa, pero si rebuscas encuentras un universo dentro de ellas. Yo encontré uno dentro de Moon, (y eso que ella decía que estaba vacía). 
No hay mejor sonido que el rasgueo de una guitarra y una voz llena de todo el día de tu cumpleaños. Puede que sea poca cosa pero mi amiga me ha salvado sin llegar a saberlo. 
Y sí, estoy loca, pero la quiero. 
La luna es solo para enamorados, y yo estoy vacía, pero aun así no puedo evitar mirarla y pensar: eres preciosa. 
Hubo una vez, una tarde, en la que conocí a una persona, una persona que escondía un universo, una persona que vivía en mi mismo cielo. 

                                                                          MOON




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Este texto está dedicado a Marlene Odell, también llamada Moon. 
Te lo debía, amiga. 
Gracias por existir. 

lunes, 28 de abril de 2014

Para qué mentirnos


Creería que el amor es para siempre si no viese todos los días por la calle personas divorciadas con la mirada perdida.
Creería que la vida es justa si no viese a ladrones y asesinos sueltos sin pena ni gloria.
Creería que hay un sitio para mí en este mundo si no viese tus brazos ocupados por otra, otra con una luz más brillante que la mía
                                      (yo ya perdí mi luz hace mucho tiempo, y no la echo de menos)
Creería que puedo seguir adelante si no me encontrase en este pozo sin fondo ni salida,
allí donde me dejaste,
para qué mentirnos.
Creería que todo puede ser mejor si este mundo no fuese de esta manera, pero no existe otra.
Las personas se divorcian y se van,
los asesinos se escapan y se cubren con caras humanas por las calles,
alquilas el hueco de tus brazos a cualquiera con una sonrisa bonita y unos pensamientos vacíos,
toqué fondo y el fondo me ha comido.
Quiero creer muchas cosas, todas sueños sin retorno, pero yo vivo de sueños y tu de caricias;
y dijiste que no éramos tan diferentes,
pero ni siquiera cerramos los ojos de la misma manera.
Volvería el tiempo atrás sin pensarlo dos veces, si el tiempo de atrás fuese mejor que este,
para qué mentirnos.
                                                                   (el mundo está hecho de mentiras)

domingo, 13 de abril de 2014

Mi último adiós.

Esto es una despedida. Y la cosa sobre las despedidas es que son dolorosas, incluso pueden llegar a ser catastróficas (porque hay adioses que nunca volverán a convertirse en holas). Así que esto, querido amigo, nuestra despedida, va a ser dolorosa, y no tendrá un final feliz.
 Ahora te diré un secreto: los finales felices no existen. Todo aquello que nos vendieron aquellos dibujos animados no son más que pura palabrería con el único fin de engañar a los niños para que no se den cuenta de lo que verdaderamente el mundo es: una mierda. A lo largo de los años el mundo ha ido empeorando cada vez más rápido y nadie ha hecho nada para evitarlo, todos estábamos ajenos a lo que pasaba. Nuestra única preocupación era llegar a la hora justa para trabajar, hacer todos los trabajos, no olvidar comprar el pan, que se acabe la gasolina del coche… Preocupaciones que no valen una mierda pero para que nosotros supone el cambio entre estar bien y tener estrés. Por la mañana todos nos levantamos, desayunamos, nos vamos a donde quiera que tengamos que ir y volvemos por la noche a dormir; hacemos todo eso, nuestra mente se colapsa de todas esas cosas y nos quedamos atrapados en el lugar que creemos tener. El mundo se estaba corrompiendo mientras nosotros estábamos untando mantequilla en una tostada. Muchas personas estaban matándose entre ellas mientras un hombre con traje contaba sus fajos de billetes en su chalet de
Marbella. Una  madre veía morir a su hijo de hambre mientras un grupo de jóvenes fumaban en el parque y tiraban toda la basura contra los árboles.
Así va el mundo, querido amigo, así vamos. (A saber cómo vamos a acabar).
Como puedes ver, tengo razones suficientes para irme. No nacemos para vivir una vida que no queremos. Ya sé que no te dan a elegir, cuando estás en el vientre de tu madre, dentro no hay una barra de bar con un menú en un folio plastificado donde puedes elegir como quieres que tu vida sea y ellos te la preparan y te la sirven en una bonita bandeja con una servilleta para limpiar la mierda sobrante y un postre.  Nadie va a arreglarte la vida, están demasiado ocupados intentando hacer de la suya algo que valga un poco la pena, sólo un poco (aunque todos sabes que eso es imposible).
A todo esto, te doy un consejo: sé libre. Corre por tus sueños, no te tragues las cosas que sabes que te van a hacer daño después, cumple lo que una vez te prometiste a ti mismo, haz lo que quieras, actúa como tú quieres actuar y deja atrás los <¿Y sí…?>.  Lucha, ama, llora. Vive. Y sobre todo, equivócate. Tantas veces como puedas, de todas las maneras posibles. Pero eso sí: cuando cometas un error, no lo veas como una debilidad, míralo como una nueva razón para ser fuerte. No somos débiles porque nos equivocamos, somos humanos. Equivocarnos nos hace humanos, porque eso es lo que somos. Y si nunca te has equivocado entonces, querido, me temo que no eres de este mundo. Vive del modo en el que quieres vivir, no en el modo que todos quieren que vivas. No les perteneces, a nadie, ni a ti mismo; eres demasiado libre como para pertenecer a algo si quiera.  Perteneces al viento, a las hojas que abandonan los árboles, al cielo, a las estrellas.
Me temo que el final, mi final, se acerca. No he vivido mucho, pero sí lo suficiente como para saber que no vale la pena vivir mucho más. Me voy sabiendo que nadie va a derramar una lágrima por mí cuando ya no esté, nadie va a recordarme ni va a contarle a sus amigos mis hazañas (mis hazañas sólo las sé yo, y así se va a quedar). No he hecho nada importante que se quede impregnado en el mundo, sólo he intentado buscar el lado bueno de las cosas aunque no había ningún lado, ni bueno ni malo. Y eso me ha llevado a darme cuenta de que no hay lado bueno, a veces hay salida y otras no. Y no siempre es fácil encontrarla. He vivido una vida que no quería y no sabía cuál era la verdadera razón de vivir, y todavía sigo sin saberla. Pero al final he encontrado la salida que siempre he deseado: la muerte.
No le tengas miedo, no tienes por qué hacerlo. No es tan mala como dicen, no tiene una guadaña puntiaguda y amenazante como la representan. Ni siquiera tiene una capa negra. No es ni siquiera material. La muerte es parte de nosotros, de ahí que los humanos tenemos ese lado violento y peligroso. La muerte somos nosotros mismos.  Por esa razón los humanos nos hemos estado matando entre nosotros desde el principio de los tiempos. Nosotros somos el esqueleto con capa negra y guadaña.
Somos lo que nos mata, por eso yo me he matado a mi misma.
Solo espero que tú, seas quien seas, te des cuenta de la verdad y no cometas mis mismos errores.

Esta es una despedida, así que me despido. (Para siempre). 

sábado, 12 de abril de 2014

Somos canciones que nunca nadie cantará.

A todo aquello que deseé, bebo hoy. Levanto esta copa y la choco contra la pared, un chinchín improvisado y mal hecho (pero qué más da).
Probablemente ahora esté borracha, o tal vez no. De nuevo digo: y qué más da. A estas horas de la noche sólo estamos despiertos los borrachos sin alma ni corazón. Y sí, he dicho estamos porque estoy dentro del grupo. Debería avergonzarme, pero me siento libre. Mis días de humana ordinaria pasaron como un tren rumbo a la siguiente parada y se fueron como las hojas abandonan a los árboles en otoño. En aquel entonces yo era la chica que vestía faldas impresas de flores y tú eras el chico de la sonrisa traviesa y los brazos pintados. Yo surcaba tantas veces el mar de tus labios y recorría con la punta de los dedos la tinta de tus brazos, tú te metías tantas veces debajo de mis faldas. Y reías, te troncabas de risa tu solo, sin dar explicaciones, y decías: tienes las piernas que todo hombre quiere llegar a acariciar una vez en su vida. Siempre he pensado que mis piernas eran feas, pero tú vivías para ellas. Solías reproducir en ellas los tatuajes de tus brazos, y luego eras tú quien los borraba en la bañera, murmurando una y otra vez que me has roto. (Y lo hiciste). Nos rompimos mutuamente porque no teníamos nada mejor que hacer. Porque hacer el amor no nos llenaba, al contrario, nos vaciaba más por dentro. Y nos sentíamos fantasmas de un mismo pasado. Ya no buscabas mi mano entre las sábanas, sólo buscabas mis labios y mis besos, necesitando la salvación que nunca llegó.
Estábamos locos, locos de atar, porque así nos hizo el mundo.  Nos importaba una mierda la sociedad y sus normas, lo único  importante era la luna y los lunares de mis piernas. Tú cantabas aquellas canciones sobre la soledad, canciones muertas que ya nadie recuerda pero que tú sabías incluso sus puntos y sus comas. Recuerdo tu voz dormida cantando mientras soñabas despierto.
You make me wanna live, another life
But I feel so tired today, I don’t want lose this time
So I’m gonna disappear, just like you did
Just to kiss you again, one more time
Till I die.

Esa canción fue mi perdición, y todavía lo sigue siendo. Los ecos de mi antigua alma canturrean aquella letra como si fuese suya (es tuya). Nosotros no lo sabíamos, pero éramos almas sin retorno ni hogar. Y aunque queríamos encontrar una casa en la boca del otro estábamos vacíos. Y la chica que vestía faldas impresas de flores no volvió a vestir faldas (porque no había nadie que se pudiera meter debajo). Y el chico de la sonrisa traviesa y los brazos pintados no volvió a sonreír más (porque no había nadie que besara su sonrisa ni que recorriese sus tatuajes con las puntas de los dedos). Perdimos nuestras almas y nuestros corazones en aquellas noches en vela sin amor ni canciones sin vida.
Al final nos hemos convertido en nuestras propias canciones.
Pero, a pesar de tus canciones, nadie las cantará.
Porque somos canciones muertas.

Y bien sabemos, tú y yo, que al final los muertos acaban en el olvido. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Sábado

Se había convertido en rutina ir todos los sábados a aquel café a las afueras de la ciudad. No es que tuviese algo especial, ni que el café que ponen fuese el mejor del mundo; sino que la veía. Nunca tenía que esperar demasiado hasta que ella aparecía tras el cristal y entraba. Una cosa que nunca he sabido es como hacia esa entrada, como si el sol solo la alumbrase a ella y todo estuviera a oscuras. Nunca miraba a nadie, iba directa a su mesa y se sentaba sin mirar atrás. Sin mirarme a mi. 
Un día, específicamente un sábado, estaba sentado en mi misma mesa del café pensando mil maneras de hablar con ella cuando me di cuenta de que ella me miraba. Nos quedamos largo rato mirándonos hasta que ella sonrió y siguió dibujando. Era mi luz verde. Me levanté dejando el café enfriarse en la soledad y me encamine a su mesa, sin despegar los ojos de ella. 
-Eh, hola, soy Adam.-fueron las palabras más duras de mi vida. 
Ella dejo a un lado el lápiz de dibujo y me miro:
-Yo Leah. 
Fueron las dos horas más hermosas de mi vida. No paramos de hablar en ningún momento, ni siquiera cuando mi teléfono empezó a sonar. 
A penas escuché el sonido del teléfono, lo único que resonaba en mi cabeza era su risa. Una risa que no olvidaré jamás. Era armoniosa y contagiosa a la vez, yo no podía parar de reír por ella. Y es que nos reíamos por cualquier cosa, como locos. Pero no nos importaba. Estábamos ajenos a todo lo que nos rodeaba. Sólo éramos nosotros. Por lo menos eso sucedía para mi. 
Mientras ella hablaba no pude evitar echar una ojeada a su cuaderno de dibujo, escondido tras el servilletero. La sorpresa me inundó y empecé a volar. En el cuaderno doblado, sobre la primera página, un rostro familiar me miraba. Mi rostro. Parecía como sí me estuviese mirando en un espejo. Mis rasgos eran iguales, los mechones de mi pelo estaban colocados de la misma manera y mi ojos tenían un brillo extraño. El dibujo se representaba en mi mesa, con mi café solitario en mi mano, yo echado hacia delante, observando. Observándola.  
El miedo me recorrió la espalda como sí de una cuchilla de hielo se tratase. Ella sabía que yo la observaba, y eso conllevaba que supiera que iba todos los sábados a ese café en concreto solo para verla. La vergüenza me lleno por completo y ya no supe que decir ni que hacer. ¿Qué pensaría ella de mi? ¿Sólo es un loco que se aburre? ¿Probablemente sea un acosador? Miles de posibles pensamientos suyos me usurparon la mente y me fui ocultando más en mi silla. 
De repente ella dejó de hablar y levanté la cabeza. Me miraba, tan profundamente, como si pudiese mirar dentro de mi alma y saberlo todo. Como sí supiese mis sentimientos. Y, sin previo aviso, colocó su mano encima de la mía. Me quedé largo rato mirando nuestras manos juntas, incapaz de creer lo que mis ojos veían. Pero era verdad, sentía su tacto frío y suave en mi piel. Entonces hice acopio de valor y entrelacé nuestras manos. Esperé el rechazo o, incluso peor,  la bofetada. Pero nada de eso vino. Sólo escuché su risa. Después la mía. Y todo se evaporó como el aire. 

Mi rutina se los sábados siguió. Pero ya no era la misma. No me sentaba en esa mesa solo, apartado de todo, con una taza de café frío en la mano. Me sentaba en su mesa, nuestra mesa. Lo mejor no era mi cambio de lugar, sino el hecho que ya no estaba solo; estaba con ella. Todos los días se traía su cuaderno de dibujo y me dibujaba. A mi no me importaba que me tuviera que quedar quieto intentando no reír, ni que ella a veces me golpease con el lápiz por no aguantar la postura por la risa. Nada de eso me importaba. Estaba con ella. Nada más importaba. 
Un día, cuando ya estaban cerrando el café y tuvimos que irnos, una idea me traspasó la mente. Al principio no sabía como pensar, mi cerebro estaba en una encrucijada, debía hacerlo o no debía, esa era la questión. Después intenté olvidarlo. Completamente estaba loco. Ella seguramente no sentiría lo mismo que yo. 
Decidimos quedarnos un rato más juntos, así que caminamos por las ondas de luz de las farolas del parque. Parecía como sí la oscuridad de la noche y la luna se centrasen sólo en ella. Su pelo oscuro brillaba por la luz de las farolas y su rostros parecía más pálido, haciendo resaltar sus pecas. Entre aquella palidez resaltaba sus labios, de un color rosado como los pétalos de las flores, un color tan increíble que resaltaba. Entonces reaccioné. 
Paré bajo el círculo de luz de la farola y ella se paró también, extrañada. Sin apenas pensar agaché el rostro y probé sus labios. No pensé, a penas respiré, sólo podía sentirla. Ella estaba en todas partes: en mi pelo, en mi nuca, en mi mejilla, en mis caderas, en mis labios. 
Ella reaccionó también. 
- Te quiero. -susurró. 
Mi mundo se apagó, pero una luz llamada Leah resaltó entre la oscuridad. Quise gritar, hacer algo, pero no podía moverme. Ella me abrazó, y enterró su rostro en mi pecho. En un acto reflejo la protegí con mis brazos.
- Te quiero. -susurré. 
Entonces desperté entre lágrimas. 

Otra vez ese sueño. Otra vez ese recuerdo. Hace años que su luz se apagó, pero ella sigue brillando en mi cabeza. Se fue un sábado, sin decir adiós, sin darme tiempo a despedirme. Desde entonces cada sábado tengo este sueño, este recuerdo. El recuerdo de como mi amor por ella afloró y como su amor me hizo volar. Pero ya no puedo volar. Sólo vuelo en sus cuadernos de dibujo, donde en muchas ocasiones me dibujó con alas. Ya no tengo fuerzas para mirar esos cuadernos. Así que están amontonados en la mesa, abandonados, como los fríos cafés que dejé yo sobre la mesa. Y allí se quedarán, esperando a que su dueña vuelva y dibuje el mundo sobre ellos.
 Y aquí me quedaré yo, esperando que lo que se la llevó me lleve a mi también. Entonces los sábados volverán a ser lo que fueron.