lunes, 2 de enero de 2017

el niño y la criatura

El día estaba llegando a su fin. Las personas llegaban a casa después de un duro día de trabajo, los jóvenes terminaban sus tareas de aquel día. Cada uno de ellos tenía una acción distinta, pero el fin era el mismo: dormir. Con forme la oscuridad se extendía, devorando los pocos rayos de colores que quedaban, las personas se preparaban para descansar. Aunque también algo más se preparaba para la noche, algo que los humanos, con sus mentes lógicas y aterrorizadas ante lo diferente, nunca podrían aceptar.
La historia comienza así.
Jay, un niño de trece años con una mente demasiado llena y un cuerpo demasiado vacío, no veía que se acabasen los deberes. Cuando por fin terminaba una actividad, miraba la agenda y se daba cuenta de aún le quedaban otras siete que terminar. Así se pasó la tarde, con muchos momentos de exasperación, en los que empezaba a dar vueltas por su habitación con su silla en un intento de evadirse de la succión de alma que para él eran los deberes. Su madre llegó a casa justo cuando cerraba por fin el cuaderno para no abrirlo hasta el día siguiente. Entonces bajó las escaleras y cenó, intentando tener una conversación con su madre que nunca parecía empezar. El tiempo pasó, y Jay agarró su libro y se metió entre las mantas de su cama. Así se pasó unas horas, por fin en el mundo donde le gustaba estar, hasta que el sueño le empujaba los párpados. Entonces cerró el libro y apagó la luz, aún con los momentos vividos a través de las páginas en su cabeza.
El sueño no tardó en venir, y, de tal manera, él tampoco.
Él era, entre muchos más como él, aquello que la mente lógica y atemorizada de los humanos no podía aceptar. Él era un ser con forma, con una mente, con unos sentimientos, como nosotros. Sin embargo, los humanos rechazan todo aquello que no encaja en sus estructuras lógicas, por ello ni siquiera fueron capaces de imaginar su existencia. A lo largo de la historia, muchas teorías han surgido sobre cómo surgen los sueños, aunque la respuesta estaba mucho más lejos de cualquier palabra pensada. Él y los muchos otros eran la causa de los sueños, los creadores de sueños, por así decirlo. De noche, cuando la oscuridad brillaba y las personas dormían, ellos salían y se mezclaban en la mente de las personas para inyectar los sueños en base a sus pensamientos.
Eso era lo que él tenía que hacer cuando llegó a la habitación del niño. Durante toda su existencia, había creado sueños para toda clase de personas, y sin embargo, este niño, tan simple y corriente, era toda una incógnita para él. Alargó la mano y la posó sobre la frente del niño, y, un segundo después, estaba en su mente.
Nunca había visto algo igual.
La mente de Jay, el niño de trece años con una mente demasiado llena y un cuerpo demasiado vacío, era un nuevo universo. La mente de las personas se basaba en imágenes que se movían dentro de un enorme remolino, de modo que muchas se quedan, pero otras, por el movimiento, se despegan y se olvidan. Sin embargo, en la mente del niño no había un remolino, ni cartillas, como en otras; había planetas, estrellas, soles, toda clase de mundos que se movían según su voluntad propia. Él no comprendió como podía existir todo eso en un niño, pero después sí comprendió que estaba ante una persona especial. No era lo que tenía que hacer, ni mucho menos lo que debía, pero no pudo evitarlo. Se tomó su tiempo pasando por cada uno de los planetas, admirando su tierra, sus secretos guardados en las raíces de los árboles, y poco a poco, conforme fue recurriendo y recurriendo el universo que era la mente del chico, fue comprendiendo todo lo que él era. Y comprendió por segunda vez, que estaba ante una persona especial.
Llegó la segunda noche, Jay siguió atascado en su rutina, y él lo observó mientras. No podía comprender como ese niño podía albergar todo eso y nadie darse cuenta. Observó a la madre, existente e inexistente a la vez, demasiado centrada en su trabajo como para pararse a mirar a su hijo. Aunque lo que más le dolió es que no había nadie más, un amigo, un vecino que se preocupara por él, un familiar… El niño estaba completamente solo (tal y como él) y la soledad le había hecho invisible.
El niño, después de leer, guardó el libro debajo del colchón y se acurrucó contra la almohada. En cuanto Jay cerró los ojos él se metió en su cabeza y quedó sorprendido por lo que vio: los planetas que ya también conocía habían cambiado. Las imágenes se reflejaban de manera diferente, más como reflejos de un espejo que como anteriormente con troncos de árboles. Entonces lo comprendió: el niño cambiaba su mente con cada historia nueva que leía, como si quisiera encajar las nuevas imágenes de la historia en su mente pero para conseguirlo tuviera que reorganizarlo todo.
Los días transcurrieron, el niño dormía por primera vez en su vida sin sueños y él vagaba cada noche entiendo los mundos, que cambiaban cada cierto tiempo.
Sin embargo, un día, la vida del niño cambió. Cuando llegó a casa no se sentó en su silla para hacer los deberes; se ovilló en un rincón y se puso a llorar. Él, que siempre estaba observando, no comprendía qué estaba pasando. El niño siguió llorando en silencio, porque sabía que su madre estaba abajo en su oficina y no quería que lo escuchase. Entonces sucedió algo en la existencia de él que nunca había pasado: sintió impotencia, porque el niño, su niño, estaba triste y desolado y no podía hacer nada. Quería hacerle entender que era especial, que su soledad no era merecedora, que él era mucho más. Así que hizo una cosa.
Esa misma noche, el niño se quedó dormido llorando, y al segundo él entró en su mente como de costumbre, solo que esta vez no caminó por la mente ahora cambiada; hizo lo que tenía que haber hecho desde el principio: crear un sueño.
Y ese sueño era él.  
Tomó su tiempo para crear su propia forma, siguiendo los pensamientos del niño que caían como lágrimas del cielo de los planetas, de modo que no le asustase o le disgustara, y despertó al niño en su mente, para que lo viera.
-          ¿Quién eres? – preguntó el niño.
-          No tengo nombre – confesó la criatura que él era.
El niño lo miró dubitativo, como si estuviera considerando si estaba mintiendo o no.
-          Todo el mundo necesita un nombre, así que te llamaré… Ren- los ojos del niño se iluminaron cuando el nombre apareció, y la criatura pensó que no había visto algo tan puro.
-          Si ese quieres que sea mi nombre, mi nombre será.
El niño sonrió entonces y susurró:
-          Ren.
Los días pasaron, justo como antes, sin embargo, el niño no volvió a llorar y los libros se quedaron abandonados bajo el colchón, porque ahora Jay tenía otra prioridad: soñar para ver a Ren.
Él se ocupaba de que cada encuentro sea completamente diferente, de modo que el niño viviera toda clase de experiencias. Paseó sobre una nube con él por un cielo de toda clase de colores, bucearon sobre un mar donde podían respirar, rodaron sobre montañas que eran tan blandas como almohadas… Cada noche era un lugar diferente, y el niño, por primera vez, era totalmente feliz, justo como él.
Sin embargo, la vida del niño no cambió fuera de los sueños, de hecho, empeoró. Un día Jay llegó a casa, pero su rostro había cambiado, ya no tenía la luz que antes portaba, porque sabía que aquella noche iba a ver a su amigo. Sus ojos estaban llorosos y su boca estaba llena de un líquido rojo. En vez de sentarse en su silla, se tumbó sobre la cama, y se quedó dormido. Su amigo acudió sin pensárselo dos veces a su llamada.
En cuanto él apareció, el niño se abalanzó sobre él y lo abrazó, con sollozos arañando su garganta para salir. La criatura lo protegió con sus brazos y le pidió al niño una explicación, que fue muy simple: los niños son crueles, y atacan a lo diferente, y él lo era. La criatura creó una colina de algodón y se recostó en ella con el niño aún en sus brazos.
Él intentó mejorar su vida, de verdad que lo intentó, pero la vida se metió de por medio.
El niño no dejaba de llegar a casa con heridas o con lágrimas, y, todos los días, en vez de hacer los deberes, se acostaba y se resguardaba en su amigo, el único lugar donde se sentía seguro. Él no sabía qué hacer. Las notas del niño estaban bajando y apenas comía, porque pasaba casi todo el tiempo en su casa soñando. Lo peor de todo es que nadie se daba cuenta. La madre seguía sin mirar a su hijo, los profesores culpaban al niño por no trabajar y no se daban cuenta de sus heridas, los niños seguían siendo crueles.
Un día, sin embargo, todo se vino abajo.
El niño llegó corriendo a casa roto por las lágrimas con sangre cayendo por su nariz y manchando su boca, cerró la puerta de un portazo y corrió a su cama, poco después llegó con su amigo y lo abrazó mirándolo a los ojos:
-          Por favor, déjame quedarme contigo, para siempre, aquí, no puedo volver ahí afuera, no quiero volver, por favor…
La criatura no sabía qué hacer, veía la desesperación en los ojos del niño y no podía apartar la mirada. Él también había estado solo, durante demasiado tiempo, y no podía dejarle a él en la soledad. Lo sabía, sabía que si seguía así lo peor pasaría y la vida del niño llegaría a su fin, y entonces nunca más podrían volver a verse y el niño desaparecería. Y no podía dejar que eso pasara.
Así que agarró la cara del niño con una ternura que hizo que el niño dejara de llorar y preguntó:
-          ¿Quieres quedarte conmigo?
El niño asintió, sin dudarlo.
-          Sabes que si te lo haces, no volverás ahí fuera, ¿verdad?
El niño volvió a asentir.
Y la criatura lo abrazó.
Nadie sabe lo que pasó, por mucho que la policía buscara rastros de huellas, o interrogara a personas, o mirase en cámaras de seguridad, por mucho que buscaran un culpable. La madre salió de su oficina aquella noche y cuando se acercó al cuarto de su hijo miró, por fin, pero lo que vio no fue lo que debería haber visto todo ese tiempo: el cuerpo de su hijo, inerte, sin vida.  Entonces fue cuando se dio cuenta de lo que había perdido.
El tiempo pasó, y nadie supo encontrar explicación. Con el tiempo, los profesores confesaron que habían visto heridas en el niño, procedentes de otros alumnos. La policía interrogó a la madre y ella confesó que nunca le había prestado demasiada atención y que debería haberlo hecho si hubiera sabido que iba a pasar eso (¿quién lo hubiera podido saber?). La única explicación que pudieron encontrar entonces fue el suicidio.
El mundo que antes le había hecho llorar lloró por él, y todos lo recordaron como si lo hubiesen querido desde el primer día. Las noticias se llenaron del “niño que se suicidó” y todos los veneraron como si fuera un santo.  Fue utilizado como víctima del odio del mundo, y muchos reivindicaron en su defensa. No más niños suicidas, gritaban.  Hasta que alguien no muere, el problema no es real en este mundo. Con el tiempo, el mundo olvidó, y el niño que se suicidó se convirtió en otra historia más.
Mientras tanto, una criatura y un niño que ahora eran un único ser, viajaban cada noche a sitios diferentes para introducirse en la mente de las personas y crear sueños, y en ellos se separaban para ser lo que eran: un niño y una criatura, y allí creaban sus propios mundos en forma de sueños.
La historia acaba aquí, y una nueva empieza.



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