jueves, 18 de julio de 2013

El tercer día de la vida.


El dolor se amplifica durante la noche. Recordatorio de que la noche no es final, sino el principio. La oscuridad parece llevarse todos los malos recuerdos, pero sólo trae consigo pesadillas. James lo sabía. Durante años había temido a la noche, a la caída del sol sobre la tierra, a la muerte de la luz. Y la terrible verdad de todo es que seguía temiéndolo. Aunque no era como antes. En los que su única y dura compañía era la fría almohada con la funda de cohetes viejos. Ahora estaba Grace. Pegaba fuertemente a su cuerpo, como si él fuese lo que le daba la vida. Su cara apoyada sobre su pecho, sus brazos sobre sus costados, su pelo formando un río negro sobre la blanca sábana. Tan dulcemente durmiendo, con su lenta respiración. A veces deseaba ser Grace. No ser una chica, si no poder estar en paz como ella estaba. Poder ser libre.

 
Todo el mundo tiene demonios. Y a James le sobran. En un libro leyó una y otra vez lucha contra tus demonios. Pero por mucho que leyó la frase no encontró la solución a como hacerlo. Intentó cerrar fuertemente los ojos y respirar lentamente. Pensó en la primera vez que besó a Grace. No sabía cómo fue capaz, simplemente Grace estaba a centímetros de él y automáticamente su cuello se movió. Por un momento pensó que ella se alejaría, pero no lo hizo. Le agarró del cuello y él volvió a la vida. Aunque no durara mucho. Empezó a latirle el corazón muy rápido e intentó pensar en otro recuerdo bonito rápidamente. No llegó a tiempo. Poco a poco las imágenes se fueron reproduciendo en su cabeza y quiso gritar. Gritar tan fuerte que despertaría hasta a los muertos que yacen bajo tierra. Su garganta no respondía. Abrazó más fuerte a Grace y ocultó la cabeza en su pelo. Ella inconscientemente le pasó las mano por la espalda y le abrazó. James no pudo evitar sonreír mientras las imágenes se volvían opacas. Grace no podía evitar hacer cosas sin darse cuenta de que lo hacía: rascarse la mejilla, tocarse el cuello, cantar mientras camina, cogerle la mano, quedarse mirando por la ventana... Las mejores cosas las hacemos inconscientemente. Grace también.

Se quedó mirando por la ventana. El cielo estaba oscuro, repleto de brillantes puntos plateados desordenados. Contemplando a las estrellas se preguntó si sufrirán dolor. El hecho de estar ahí, en un mar oscuro, tan lejos de todo. Cada estrella estaba lejos de la otra. No lo bastante lejos para que duela, pero si para echar de menos. James cerró los ojos y se imaginó que era una estrella. Imponente y brillante sobre ese océano infinito. Pero al minuto le entró soledad. Estar ahí, tan alto, lejos del suelo, pero tan rodeado de vacío. El hecho de brillar no significa ser un dios. Ni tampoco rozar la felicidad. Se imaginó que Grace era una estrella también. Con su luz clara iluminando a la oscuridad. De pronto quiso abrazarla, fundirse con ella en un abrazo feroz que los convertiría en una sola estrella. La oscuridad y la luz en uno solo. 

 
Tiempo atrás
Grace estaba dando vueltas entre los árboles mientras James descansaba sentado en el suelo con la cabeza apoyada en un árbol, mirándola. Grace no se estaba dando cuenta de que estaba cantando, una melodía que él bien conocido. Su canción. La canción que días atrás le había tocado y la había nombrado como suya. No tengo mucho que darte, pero mi música es tuya. Le había dicho James. Y allí estaba ella. Cantando esa misma canción. A pesar de que sólo la tocó una vez.
Grace se acercó a James dando pequeños saltitos y se arrodilló sobre el espacio entre sus dos rodillas.
-¿Sabes que así pareces un príncipe perdido rogando a las estrellas salvación?-dijo Grace, sonriendo sin dejar de mirarle.
James sonrió y cogió sus manos, acercándola a él y acomodándola sobre sus piernas. Grace apoyó la cabeza sobre su hombro y le propinó un beso el cuello, enterrándose en él. James la apretó más hacia así y suspiro.
-No soy ningún príncipe, Grace. Los príncipes de los cuentos no tienen el corazón tan lleno de oscuridad. Pero tal vez tengas razón. Tal vez esté perdido y sea la oscuridad, pero tu eres la luz, esa estrella por la que ruego salvación. Eres mi salvación."
Después de decir eso, Grace se quedó largo rato mirándole mientras invisibles lágrimas caían por sus ojos y le besó, hasta que la tristeza desapareció de sus ojos verdes. Pero la tristeza seguía ahí.  Lo bueno de todo esto es que nadie puede romper un corazón que ya está roto, él había dicho. Tal vez sea verdad, tal vez los pedazos no lleguen a romperse, tal vez las estrellas sientan dolor. Billones de personas mirando hacia ti sin saber que sufres, debe de ser triste. Todos somos almas tristes, al fin y al cabo. 

 
Poco a poco, mientras no dejaba de mirar hacia la ventana, y pensar en las estrellas, el sueño le atrapó, en un abrazo salvador.



El segundo día de la vida.


Hacía frío. Las ventanas estaban cubiertas levemente de escarcha por los lados y formaban extrañas figuras. Grace estaba sentada enfrente del gran ventanal que había en su habitación. Cuando lo habían visto se dieron cuenta de que esa era su casa, de nadie más. A través de la hermosa ventana se podía ver como los árboles, ancianos y verdosos, se alzaban gloriosos, como si intentaran tocar el cielo. Grace una vez soñó con aquellos árboles. Soñó que por fin pudieron tocar el cielo, llegaban al eterno infinito y se convertían en una parte de él. Muchas veces ella misma había soñado que ella también lo hacía, tocaba el cielo, se convertía en infinito.

Apoyó la mano sobre la escarcha y dejó fluir a la frialdad sobre sus dedos. Siguió el contorno de las figuras con los dedos, como si fuese un lienzo y sus dedos un pincel. Imaginó que cada figura tenía una historia, un principio y un final. Una vida perdida, un camino perdido que los llevo a su ventana.
-¿Qué haces?
Se giró hacia la voz y se encontró a James mirándola desde el centro de la habitación enrollado en una manta. La manta le tapaba los brazos y se arrastraba por los pies. Se notaba que hoy no se había acercado al cepillo; tenía el pelo desordenado, con muchos mechones dorados oscuros en diferentes direcciones; parecía que se acababa de levantar después de estar largo rato durmiendo. Sus ojos estaban entrecerrados, pero se veía perfectamente el verde de sus ojos a través de sus negras pestañas. A través de la camiseta gris oscura que llevada se podía notar la musculatura desarrollada que tenía, a pesar de que era algo ancha. Grace era alta, pero aún así James le sacaba una cabeza.
James se sentó lentamente en el suelo, cruzando sus largas piernas y la rodeó con la manta, ella respondió poniendo la cabeza en su cuello.
-Sólo pensaba.-susurró.
-Siempre estás pensando.-repuso él entre risas- No quiero decir que sea malo. Yo también soy un pensador nato. Estoy todo el día pensando el porqué de esto y el porqué de aquello. Soy una causa perdida.-ella no pudo evitar reír.
Este era James. Un pensador de la vida. Siempre estaba reflexionando sobre porqué el cielo se vuelve gris y no negro, o porqué la lluvia es transparente y no azul. Muchas veces se quedaba parado mirando al suelo o a la ventana cómo si pudiese ver algo más allá del bosque y el cielo. Grace siempre intentaba ver en sus ojos un atisbo de sus pensamientos, pero eran neutros.
-Estaba pensando cuál es la historia de la escarcha.-susurró Grace contra el pecho de James.
James se quedó mirándola unos segundos y le acarició el pelo.
-¿Has llegado a alguna conclusión?
Grace sonrió y enterró el rostro en la manta.
-Me temo que no.
Después de un tiempo en silencio pensando, respondió mirando a la ventana:
-Tal vez la historia de la escarcha sea ésta: la escarcha se enamoró. Como se conoce de ese sentimiento te hace volar y sentir que el mundo es más bonito y que el cielo es dorado. Los días pasaban y ella seguía así, pensando que su amado estaba del mismo modo que ella. Pero llegó la verdad y entonces supo que su amor no era correspondido. Y huyó. Por eso está en nuestra ventana. Va de ventana en ventana cuando hace frío para buscar el amor que no ha sido correspondido.
-Tal vez lo haya encontrado ya....-susurró Grace.
El chico la miró y sonrió al ver que miraba a la escarcha.
-Mi pasatiempo favorito es darle amor a las escarchas.
Grace rompió a reír y James la acompañó. El mejor sonido era la risa de Grace. Ni siquiera un acorde perfecto de su guitarra podría compararse con el sonido tan hermoso de su risa. Apoyó la cabeza sobre la de Grace, y aspiró fuertemente el aroma de su pelo, deseando que se quedase impregnado en sus pulmones para siempre. Porque para él, esos simples e insignificantes momentos, eran los más preciados, con los que había soñado en el pasado.
Nadie sabía, ni siquiera Grace, que ese sonido, la risa de ella, le devolvía a la vida que hace tiempo alguien le arrebató. 

Y quisimos volar alto.


Las heridas duelen. Las cicatrices duelen más. ¿Pero qué importa eso cuando eres libre? Te lo diré yo. Nada. Qué más da estar loco o estar herido cuando puedes volar alto y no caer, a pesar de las leyes de la gravedad. Estar loco sólo te hace ser diferente y ser alguien que vale la pena; estar herido sólo te hace más fuerte. ¿Pero qué es soportar un poco de dolor, con la libertad? Saber que no hay amarras que te rodean y paralizan y que no vas a caer nunca más. Y si en tal caso cayeras, te levantarías y seguirías volando como si no hubiese pasado nada, como si esa fracción de segundo en el duro suelo solo fue un recordatorio de lo fuerte que eres y de lo alto que vuelas. Queríamos ser alguien y nos convertimos en nubes. Nubes de un cielo glorioso que cubre a las personas como si una fortaleza fuera. Así que eso somos. Guardianes del cielo. Prisioneros de las estrellas. ¿Pero que importa ser prisioneros de las estrellas a ser prisioneros de las personas, o de ti mismo? La sangre corre libre por mis venas y mi corazón late limpiamente en mi pecho y yo sólo puedo sentir la más pura felicidad. Ya no somos dueños de nadie. Ni del aire que nos rodea.
Y quisimos volar alto, y lo conseguimos.

domingo, 14 de julio de 2013

Días fríos.

Otro amanecer, otro despertar sólo;
sólo como el frío.
De eso compone mi cama,
de frío.
Tiempo atrás estuvo caliente,
pero sólo es pasado.
Tiempo atrás mi corazón,
fuerte,
estuvo caliente, ardiendo;
ahora es un trozo de hielo.
De eso compone todo.
Rastros de hielo rodean mi cama,
brillando entre la luz clara.
Mi pecho desnudo está pálido,
como lo era tu espalda.
Mis lágrimas son débiles,
como las pecas de tu cara.
La puerta sigue cerrada,
del mismo modo en que la dejaste.
Abandonada.
Tu falso amor, tu caliente abrazo,
tus besos ardientes, tu rojo lazo.
Nada fue real. Nada fue vivo.
Sólo era frío.

sábado, 13 de julio de 2013

Cartas a las estrellas caídas.

A pesar de que es verano, tengo frío. No es un frío normal, de esos fríos invernales en los que si no te cubres de mantas no se te quita, es un frío distinto. Es un frío que está dentro de mí, en mi interior, en mis entrañas. No es ningún frío invernal, no hay número posible de mantas que me caliente. Simplemente, tengo frío. Tan normal como sí tuviera hambre. Pero este frío a veces duele. ¿Conoces esa sensación que aparece cuando pierdes a alguien? ¿Como sí algo se hubiese ido de tú pecho para siempre? Lo siento ahora. Lo raro de todo, es como sí me hubiesen quitado algo que no se, algo que me falta dolorosamente, pero que nunca he conocido. La más pura verdad es que no se lo que me han quitado, pero lo he perdido. Es como sí el aire que respiro de repente se evaporase y me quedase seco, con mis pulmones gritando por oxígeno. Pero lo peor de todo no es ahogarse, ni no saber algo que has perdido; es estar rodeado de tanta gente y sentirte tan sólo. Y me siento sólo, tan infinitamente sólo. Las personas me rodean y no notan que tengo frío, ni que me ahogo. Sólo ven a un chico joven normal sonriendo por cualquier razón adolecente con los auriculares puestos caminando despreocupado. Por dentro me desintegro. Tengo ganas de gritar en medio de todo pero mi boca está cerrada y yo estoy cerrado. ¿Nunca te has sentido así? ¿Tan infinitamente muerto por dentro pero tan lleno de vida por fuera? No me gusta estar así. No me gusta sentirme sólo. Por eso escribo esto, una simple carta en un folio algo arrugado que encontré en mi archivador para una estrella caída. Caída en ese mar azul que se reclama cielo, caída como yo. Yo he caído tan fuerte sobre el suelo que por muchas flexiones y pesas que haya hecho antes no he tenido fuerzas para levantarme. ¿Algún día me levantaré? ¿Algún día dejaré de tener frío? ¿Algún día sabré lo que he perdido, y lo recuperare? ¿Algún día dejaré de estar solo? Hasta que llegue ese día, yo estaré aquí, envuelto en mantas carentes de calor, caído, como las estrellas a las que escribo.

El primer capitulo de la vida.

El dia estaba necesariamente nublado. Unos cuantos rayos dorados luchaban contras las oscuras nubes por un espacio en el cielo, convirtiendo algunos espacios grises en dorados. James subia lentamente las escaleras mientras contaba mentalemente el numero de peldaños, como siempre habia hecho, como si nunca hubiese cambiado. Llego al final de la escalera y se apresuro a asomarse a la ventana de nuevo. El dorado estaba ganando, el gris se dispersaba entre lo brillante. El chico se acerco al marco de la puerta de su nueva habitacion, que ahora compartia, por primera vez, con alguien. Ya no era su pequeña habitacion con su pequeña cama sobre la que descansaba su edredon azul de cohetes que su madre le habia comprado en su sexto cumpleaños. Ahora habia una gran cama blanca en medio de la gran habitacion llena de cojines de muchos colores y formas. Y en medio de la cama, un punto negro sobre blanco, se encontraba Grace, con su pelo negro brillante recogido torpemente en una coleta. Las piernas las tenia cruzadas y la espalda encorvada, para leer mejor el libro que tenia delante. James se quedo quieto, apoyado levemente sobre el marco de la puerta, mirando a Grace. Le encantaba mirarla cuando ella no se daba cuenta de que lo hacia. Su piel palida, brillaba con una luz blanca y hacia que su larga melena oscura centellease con mas fuerza. Sus ojos, de un marron dorado, muchos podrian decir que simplemente eran unos ojos bonitos, para el eran mas que eso, eran la puerta al alma de su amada. Recordo la primera vez que los vio, ella simplemente levanto la mirada del suelo, un hecho tan simple como respirar, pero para el fue una marca que se le quedo impregnada en la piel y en la mente; entonces supo, que pasase lo que pasase, los amaria enternamente. El muchas veces habia intentado explicarle la belleza de sus rasgos, pero eso solo produjo un rubor rosado en sus mejillas y que bajase la mirada negandolo. Pero esa era su Grace, con esos ojos tan tiernos y a la vez tan agresivos, con esa timidez que se volvia sin previo aviso tan poderosa. Grace se mordia nerviosamente los dedos mientras pasaba las paginas que la llevaria al tan inesperado final. Un rastro brillante se fue deslizando poco a poco por sus palidas mejillas y James corrio. El chico se subio rapidamente a la cama, se sento detras de ella, poniendo las piernas junto a las suyas y la rodeo con los brazos, acunandola sobre su pecho. Mas lagrimas huyeron de sus ojos y sollozos silenciosos resquebrajaron el corazon de James. Lentamente se tumbo en el colchon con ella en sus brazos y le acaricio el pelo mientras le susurraba una cancion. Dejo que sus lagrimas mancharan su camiseta azul, sin importar que se estuviese mojando. Asi quedaron durante horas, abrazados susurrando palabras invisibles. El libro, manchado de lagrimas, quedo olvidado sobre el colchon abierto por la ultima pagina. Cuando los sollozos cesaron, el chico beso los rastros de lagrimas que habian quedado impregnados en sus mejillas. Y la risa llego. James supo que mas tardes como esa vendrian y que mas libros acabaria entre lagrimas, pero eso era lo que habia elegido amar. Aquella timida pero poderosa chica que lloraba palabras.