Hacía
frío. Las ventanas estaban cubiertas levemente de escarcha por los
lados y formaban extrañas figuras. Grace estaba sentada enfrente del
gran ventanal que había en su habitación. Cuando lo habían visto
se dieron cuenta de que esa era su casa, de nadie más. A través de
la hermosa ventana se podía ver como los árboles, ancianos y
verdosos, se alzaban gloriosos, como si intentaran tocar el cielo.
Grace una vez soñó con aquellos árboles. Soñó que por fin
pudieron tocar el cielo, llegaban al eterno infinito y se convertían
en una parte de él. Muchas veces ella misma había soñado que ella
también lo hacía, tocaba el cielo, se convertía en infinito.
Apoyó
la mano sobre la escarcha y dejó fluir a la frialdad sobre sus
dedos. Siguió el contorno de las figuras con los dedos, como si
fuese un lienzo y sus dedos un pincel. Imaginó que cada figura tenía
una historia, un principio y un final. Una vida perdida, un camino
perdido que los llevo a su ventana.
-¿Qué
haces?
Se
giró hacia la voz y se encontró a James mirándola desde el centro
de la habitación enrollado en una manta. La manta le tapaba los
brazos y se arrastraba por los pies. Se notaba que hoy no se había
acercado al cepillo; tenía el pelo desordenado, con muchos mechones
dorados oscuros en diferentes direcciones; parecía que se acababa de
levantar después de estar largo rato durmiendo. Sus ojos estaban
entrecerrados, pero se veía perfectamente el verde de sus ojos a
través de sus negras pestañas. A través de la camiseta gris
oscura que llevada se podía notar la musculatura desarrollada que
tenía, a pesar de que era algo ancha. Grace era alta, pero aún así
James le sacaba una cabeza.
James
se sentó lentamente en el suelo, cruzando sus largas piernas y la
rodeó con la manta, ella respondió poniendo la cabeza en su cuello.
-Sólo
pensaba.-susurró.
-Siempre
estás pensando.-repuso él entre risas- No quiero decir que sea
malo. Yo también soy un pensador nato. Estoy todo el día pensando
el porqué de esto y el porqué de aquello. Soy una causa
perdida.-ella no pudo evitar reír.
Este
era James. Un pensador de la vida. Siempre estaba reflexionando sobre
porqué el cielo se vuelve gris y no negro, o porqué la lluvia es
transparente y no azul. Muchas veces se quedaba parado mirando al
suelo o a la ventana cómo si pudiese ver algo más allá del bosque
y el cielo. Grace siempre intentaba ver en sus ojos un atisbo de sus
pensamientos, pero eran neutros.
-Estaba
pensando cuál es la historia de la escarcha.-susurró Grace contra
el pecho de James.
James
se quedó mirándola unos segundos y le acarició el pelo.
-¿Has
llegado a alguna conclusión?
Grace
sonrió y enterró el rostro en la manta.
-Me
temo que no.
Después
de un tiempo en silencio pensando, respondió mirando a la ventana:
-Tal
vez la historia de la escarcha sea ésta: la escarcha se enamoró.
Como se conoce de ese sentimiento te hace volar y sentir que el mundo
es más bonito y que el cielo es dorado. Los días pasaban y ella
seguía así, pensando que su amado estaba del mismo modo que ella.
Pero llegó la verdad y entonces supo que su amor no era
correspondido. Y huyó. Por eso está en nuestra ventana. Va de
ventana en ventana cuando hace frío para buscar el amor que no ha
sido correspondido.
-Tal
vez lo haya encontrado ya....-susurró Grace.
El
chico la miró y sonrió al ver que miraba a la escarcha.
-Mi
pasatiempo favorito es darle amor a las escarchas.
Grace
rompió a reír y James la acompañó. El mejor sonido era la risa de
Grace. Ni siquiera un acorde perfecto de su guitarra podría
compararse con el sonido tan hermoso de su risa. Apoyó la cabeza
sobre la de Grace, y aspiró fuertemente el aroma de su pelo,
deseando que se quedase impregnado en sus pulmones para siempre.
Porque para él, esos simples e insignificantes momentos, eran los
más preciados, con los que había soñado en el pasado.
Nadie
sabía, ni siquiera Grace, que ese sonido, la risa de ella, le
devolvía a la vida que hace tiempo alguien le arrebató.
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