sábado, 31 de agosto de 2013

ÉL.

El momento más increíble del mundo, era cuando sus finos labios color rosa se curvaban formando la sonrisa más perfecta que haya podido existir. Todo lo demás se congelaba en una diapositiva y el mundo se consumía a ella. ¿Cómo algo tan insignificante como eso que sólo duraba unos instantes podía cambiarme para siempre?
A ella nunca le ha gustado la noche, nunca le ha gustado el hecho de estar en la oscuridad lejos de las seguras paredes de su habitación. Por eso siempre tenía que salir sólo. Alejarme de su luz para abrazar la oscuridad unos minutos.¿No es eso lo que a veces queremos hacer? ¿Lo que necesitamos?
Por un tiempo salía cada noche, dejándola sola, sin escuchar sus gritos. Me volví ciego. No veía como se le notaban los huesos en su rostro, como sus ojos estaban en un continuo rojo, como su cuerpo cambiaba y se llenaba de marcas. Por un tiempo pensé que todo era perfecto, podía hacer todo lo que quería y volver a casa a besarla antes de dormir. Pero sus besos ya no eran los mismos, sus labios no eran los mismos. Aquel color rosado que parecía pintado por las rosas parecía estar despintado. Un alma despintada por el dolor.
Cada vez salía más, ignorando el hecho de que había una caja de cuchillas sobre el lavadero, ignorando el hecho de los sollozos nocturnos que retumbaban en la casa. Hasta que por fin me paré a mirarla. Ella reparó en mi y me sonrió. Aunque su sonrisa no llegó a los ojos. No era aquella sonrisa tan perfecta que me llevaba volando por un cielo sin nubes. Su sonrisa estaba muerta. A pesar de que estábamos en verano, ella llevaba camisetas largas que le cubrían hasta la punta de los dedos. Intenté convencerla de que se pusiese algo más corto pero sólo conseguí que comenzara a llorar. No quería enseñarme los brazos. A pesar de sus continuos sollozos las mangas subieron y dejaron al descubierto su pálida piel y descubrí su obra de arte: miles de lineas de color rojizo repartidas por todo el brazo, cubriendo cada centímetro de piel.
¿Qué puedes hacer cuando algo tan amado se esta rompiendo en pedazos delante de ti, y tu no reparas en él? ¿Seguir respirando? Hice lo que hacía siempre, huir de ella. Mi mente estaba bloqueada por una continua voz que me decía que era un completo gilipollas y que merecía estar muerto, pero aun así no me iba. Realmente merecía estar muerto. Cuando volví a casa, tambaleándome con una visión doble, un silencio sepulcral rodeaba la casa. Las habitaciones parecían tan vacías, carentes de vida, que me pregunté si me había equivocado de lugar. Pero no lo había hecho. La voz me repetía una y otra vez que merecía estar muerto y por primera vez me dí cuenta de porqué. Al llegar a la habitación, nuestra habitación, la luz del cuarto baño estaba encendida, iluminando la ventana. Como en ese momento mi cuerpo estaba lleno de alcohol tardé demasiado tiempo en reaccionar. El suelo, antes blanco, era de un color rojo que resaltaba entre las baldosas blancas, el lavabo estaba lleno de gotas rojas y cajas abiertas, en una baldosa había la marca de una mano llena de una sustancia roja y otra en el suelo. Y al lado de aquella marca, estaba aquella chica de la sonrisa perfecta, consumida por la muerte y la sangre. Llevaba aquella camiseta mía que frecuentaba como su pijama, su pelo caía sobre el suelo como una catarata negra y su hermoso rostro estaba tan pálido como la nieve. Por un momento la recordé realmente como era, la belleza de su rostro, la perfección de su sonrisa, sus besos fríos al despertarme, sus abrazos sobresaltados mientras me afeitaba... Todo cuanto ella había hecho, cuanto me había hecho. Y reparé en todo lo que le había hecho yo.
                                          Mereces morir. Mereces morir. Mereces morir. 
Toda mi vida queda resumida a aquel momento en el que me sonrió, lo hizo sin complicaciones, tan fácil como respirar. Aquel momento que duro unos instantes. Aquel momento en el que me mostró que ella realmente me amaba. Aquel momento en el que ella me sonrió, sin importar que yo iba a matarla.


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