lunes, 13 de mayo de 2013

Y entonces la vi.

Ahora que estoy sentado en esta vieja silla que chirría mirando a la nada que se extiende por mi habitación, me doy cuenta de lo solo que estoy. Y lo peor incluso, es que siempre lo he estado. He caminado durante horas por calles y avenidas repletas de personas pero aún así un vacío me ha llenado de tal modo que me costaba caminar. La nada que me rodea me abruma por completo alejandome de mi mismo y del mundo en el que vivo. Aunque claro esta, la nada siempre ha vivido en mi, así que supongo que ya es una rutina soportada. Pero a pesar de ello, me alejo de ella. Las calles estaban medio vacías, las farolas medio apagadas, y yo lo único que pude sentir es la más profunda soledad. Metí las manos en los bolsillos para restablecer el peso de mis brazos que en ese momento parecía pesar toneladas, y seguí caminando sin rumbo. Empece a sentir curiosidad por la gente que caminaban en la calle. Algunos parecían que tenían prisa, otros que tenían todo el tiempo del mundo, otros estaban borrachos, otros desearían estarlo, otros que parecían no tener rumbo como yo... Y entonces la vi. Acababa de salir de una  librería que parecía estar abierta casi las 24 horas del día. No dejaba de sonreír a la bolsa de la librería que agarraba como sí se la fuesen a arrebatar. La poca luz de las farolas proyectaba unos rayos dorados en un cabello y por un momento pensé que estaba soñando. Pero no era así. Siguió caminando, y me di cuenta de que era en mi dirección. Me quede parado, sin dejar de mirarla. Ella empezó a cantar para sí mientras sacaba el libro y sonreía a la cubierta. Y levanto la mirada. Sus ojos dorados me atravesaron el alma como cuchillas, y me sonrio. Y en ese momento, supe que ya nunca más volvería a sentirme solo. 

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